Washington y Nueva York. El mes pasado, el presidente Joe Biden condenó una vez más la guerra de Rusia contra Ucrania declarando que “una fuerza de más de cien mil efectivos invada otro país, desde la Segunda Guerra Mundial no había ocurrido” aparentemente olvidando, o deseando olvidar que, con su apoyo, Estados Unidos envío más de 100 mil tropas para invadir a Irak el 20 de marzo de 2003.
Veinte años después de que Estados Unidos invadió a Irak, gran parte de la cúpula política, y militar, ha concluido que esa guerra fue un desastre, y algunos hasta parecen querer borrarla de la memoria colectiva. En esa guerra ilegal murieron más de 550 mil personas y cientos de miles más podrían haber muerto por consecuencias secundarias, 7 millones fueron desplazadas y el público estadunidense pagó mas de 3 billones de dólares.
Toda la aventura bélica fue impulsada con mentiras y a pesar de la amplia oposición popular incluyendo tal vez las protestas más grandes de la historia jamás realizadas antes de una guerra, bajo la consigna “no en mi nombre”.
El gobierno de George W. Bush, su vicepresidente Dick Cheney, su secretario de Estado Colin Powell, la asesora de Seguridad Nacional Condoleezza Rice, junto con líderes de la cúpula política demócrata incluyendo al entonces senador Joe Biden promovieron la invasión como una respuesta a los atentados del 11S de 2001 a pesar de que Irak y su gobierno secular no tenían nada que ver con las fuerzas ultraderechistas musulmanas de Osama bin Laden.
Destruir para “liberar”
Irak, al ser “liberado” por Estados Unidos, ha quedado devastado y la guerra calificada como un desastre. “La guerra en Irak, que inició hace 20 años, representa la cumbre de la temeridad militar estadunidense – segundo solo a la guerra de Vietnam”, afirma el historiador militar Andrew Bacevich en la revista Foreign Affairs.
El propio informe del ejército de Estados Unidos sobre la guerra en Irak concluyó que “un Irán envalentonado y expansionista parecer ser el único victorioso” de esa guerra.
Jim Cason y David Brooks, corresponsales
Fuente: La Jornada