“Nosotros solemos migrar mucho adonde hay trabajo y la mayoría de las veces lo hacemos con nuestras familias. Pero este año unos 20 niños, quizá más, fallecieron en Sinaloa y a la autoridad no le importa”, cuenta Gonzalo, jornalero originario de Tlapa, Guerrero.
Como él, cientos de trabajadores del campo huyen de la pobreza y migran por temporadas a estados productores del norte del país, como Sinaloa, Zacatecas, Baja California o Michoacán, donde enfrentar abusos y malas condiciones laborales, lo que derivó en la muerte de menores por enfermedades respiratorias y desnutrición crónica, “porque viene desde la gestación.
En entrevista, Gonzalo menciona que si bien hay casos que salen a la luz pública, otros no y son aquellos de los que “nos enteremos entre las familias cercanas que habitamos en las cuarterías, como que el hijo de algún compañero murió”.
Detalla que son niños de entre seis meses y un año de edad que fallecieron por tos. “Quién va a dar cuentas de esto. Uno va a trabajar, ya cuando llegas al cuarto el niño enfermó y no aguantó, son chiquillos”.
Isabel Margarita Nemecio, colaboradora del Centro de Estudios en Cooperación Internacional y Gestión Pública, señala que hay casos de menores que fallecen en los campos agrícolas que no son documentados ni existen en las cifras oficiales. La pobreza, marginación, exclusión social y discriminación son factores “que imperan” y obligan a expulsar flujos elevados de familias a otros estados.
La también integrante de la Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas apunta que las condiciones de trabajo en campos agrícolas del norte del país no son exclusivas de esa región. El hecho de que se “centralice la información en el norte no visibiliza lo que ocurre al sur”, región que emplea mano de obra en las “mismas condiciones de explotación”. Incluso quienes se quedan en sus propios lugares de origen exponen a los menores al trabajo infantil, el cual no es supervisado por las autoridades laborales.
Jared Laureles
Fuente: La Jornada