A casi dos meses del comienzo de la guerra en Ucrania, la paz no está a la vista. De hecho, el nivel de destrucción se ha intensificado, y en ambos bandos parece quedar muy poca esperanza de lograr pronto un acuerdo pacífico. Más aún, la situación internacional también es candente, pues algunas naciones europeas neutrales consideran unirse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), hecho que llevó a que el Kremlin amenazara con desplegar armas nucleares en la región del Báltico, si eso llega a suceder.
En la siguiente entrevista exclusiva con Truthout, el académico y disidente destacado Noam Chomsky analiza estos hechos en una entrevista. Enfatiza que se debe priorizar salvar vidas humanas –y no castigar a Rusia– para determinar los pasos a seguir.
Chomsky, es internacionalmente reconocido como uno de los intelectuales vivos más importantes. Es autor de unos 150 libros y ha sido galardonado con múltiples premios de prestigio, incluido el Premio Sydney de la Paz, el Premio Kioto, así como docenas de doctorados honoríficos de las universidades más renombradas del mundo. Chomsky es profesor emérito del instituto MIT y actualmente es profesor laureado en la Universidad de Arizona.
C. J. Polychroniou: Noam, el presidente ruso, Vladimir Putin, dijo la semana pasada en una conferencia de prensa conjunta con su aliado, el presidente bielorruso Alexander Lukashenko, que las conversaciones de paz llegaron a un “punto muerto” y que la invasión procede como fue planeada. De hecho, juró que la guerra continuará hasta que los objetivos de la invasión se hayan alcanzado. ¿Quiere Putin la paz en Ucrania? ¿De verdad está en guerra con la OTAN y Estados Unidos? Si es así, y en vista de lo peligrosa que ha sido hasta ahora la política de Occidente hacia Rusia, ¿qué puede hacerse para prevenir que todo un país sea, potencialmente, borrado del mapa?
Noam Chomsky: Antes de entrar a esta discusión, quiero enfatizar nuevamente un punto importante: nuestra preocupación principal debe ser pensar cuidadosamente qué podemos hacer para poner fin rápidamente a la invasión criminal rusa y salvar a las víctimas ucranias de más horrores. Desafortunadamente, hay muchos que encuentran más satisfactorios los pronunciamientos heroicos que las tareas necesarias. No es una novedad en la historia, desgraciadamente. Como siempre, debemos mantener el tema principal claramente a la vista y actuar en consecuencia.
Volviendo a tu comentario, la pregunta final es la más importante, volveré a las otras más tarde. Existen, básicamente, dos formas de poner fin a la guerra: un acuerdo negociado diplomáticamente, o la destrucción de una de las partes, ya sea con una agonía veloz o prolongada. No será Rusia la que quede destruida. No es objeto de controversia el hecho de que Rusia tiene la capacidad de desaparecer a Ucrania, y si Putin es puesto entre la espada y la pared, la usará. Esa es seguramente la expectativa de quienes retratan a Putin como un “loco” inmerso en alucinaciones de nacionalismo y aspiraciones globales absurdas.
Ese es un experimento que claramente nadie quiere hacer, al menos nadie que tenga una mínima preocupación por los ucranios.
Pero esa condición es, desafortunadamente, necesaria. Existen voces respetadas en la corriente dominante que sostienen dos posturas simultáneas: 1) Putin es, en efecto, “un loco desquiciado” capaz de todo y que puede reaccionar con una violenta venganza si se le arrincona o 2) “Ucrania debe ganar. Ese es el único resultado aceptable”. Podemos ayudar a Ucrania a derrotar a Rusia, dicen, proveyendo avanzado equipo y entrenamiento militares para arrinconar a Putin.
Ambas posturas sólo pueden provenir de personas a quienes les importa tan poco la suerte de los ucranios que están dispuestos a hacer un experimento para ver si el “loco desquiciado” se repliega derrotado o utiliza la descomunal fuerza a su disposición para destruir a Ucrania. Con cualquiera de las opciones, quienes tienen esta visión ganan. Si Putin acepta calladamente la derrota, ganan; si desaparece a Ucrania, ganan: en ambos casos se justificarán medidas más duras para castigar a Rusia. No es trivial que esta disposición a jugar con las vidas y el destino de los ucranios sea tan bien vista, e incluso considerada una postura noble y valiente. Quizá otras palabras nos vengan a la mente.
Dejando de lado calificativos –lo cual desafortunadamente es necesario en esta cultura– la respuesta a la pregunta parece muy clara: hay que involucrarse en esfuerzos diplomáticos serios para poner fin al conflicto. Desde luego, esta no es una respuesta para aquellos cuyo objetivo primordial es castigar a Rusia: combatir a Rusia hasta el último ucranio, que es como describe el embajador Chas Freeman a la política estadunidense actual.
La estructura básica de un acuerdo diplomático se tiene clara desde hace mucho tiempo y ha sido reiterada por el presidente ucranio, Volodymir Zelensky. Lo primero es una neutralización de Ucrania y darle un estatus como el de México y Austria. En segundo lugar, está quitar de la mesa el tema de Crimea. Tercero: llegar a acuerdos para que exista un alto nivel de autonomía en el Donbás, quizá con arreglos federales en términos que, de preferencia, se sometan a un referendo patrocinado por la comunidad internacional.
La política oficial estadunidense insiste en rechazar todo esto. Altos funcionarios no sólo admiten que antes de la invasión rusa a Ucrania Estados Unidos no hizo esfuerzo alguno por atender una de las preocupaciones de seguridad más recurrentes en el discurso de Putin: la posibilidad de que Kiev se uniera a la OTAN. Se enorgullecen de haber tomado una posición que bien pudo haber sido el factor que impulsó la agresión criminal de Putin. Estados Unidos continúa con esa postura, con lo que obstaculiza la vía hacia un arreglo negociado dentro de lineamientos ya aceptados por Zelensky, sin importar el costo para los ucranios.
¿Puede alcanzarse un acuerdo dentro de estas líneas generales, como parecía posible antes de la invasión rusa? Sólo hay una manera de averiguarlo: intentándolo. El embajador Freeman no está solo entre los analistas occidentales que reprochan al gobierno estadunidense “estar ausente (de los esfuerzos diplomáticos), y en el peor de los casos, incluso de oponerse implícitamente a ellos” con sus actos y retórica. Eso, señala Freeman, “es lo opuesto del liderazgo y la diplomacia”, y un amargo golpe contra los ucranios que sólo prolonga el conflicto. Otros analistas respetados como Anatol Lieven, por lo general están de acuerdo y reconocen que “Estados Unidos no ha hecho nada para facilitar la diplomacia”.
Lamentablemente, las voces racionales, sin importar cuán respetadas, están en los márgenes de la discusión y dejan al centro a aquellos que quieren castigar a Rusia… hasta el último ucranio.
En conferencia de prensa, Putin pareció unirse al “lado opuesto del liderazgo y la democracia” y afirmó que no dejaba fuera ninguna opción. Si las pláticas de paz están ahora en un “punto muerto”, esto no quiere decir que no puedan reanudarse, idealmente con la participación comprometida de dos grandes potencias: China y Estados Unidos.
China es justamente condenada por su negativa a facilitar el “liderazgo y (la) diplomacia”; Estados Unidos, como siempre, está exento de estas críticas en los medios dominantes y periódicos, aunque no completamente, hay quien le reprocha no proveer más armas, cosa que sólo prolonga el conflicto, lo mismo que las sanciones. Pero castigar a los rusos parece ser la preocupación más extendida.
Una medida que Estados Unidos puede usar surgió de los pasillos de la escuela de leyes de Harvard, en el supuesto extremo liberal de la opinión. El profesor emérito Laurence Tribe y el estudiante de derecho Jeremy Lewin propusieron que el presidente Joe Biden siga el precedente de George W. Bush en 2003 cuando se apropió de “fondos iraquíes depositados en bancos estadunidenses y destinarlos a ayudar al pueblo iraquí y compensar a las víctimas de terrorismo”.
¿Hizo el presidente Bush algo más en 2003 para “ayudar al pueblo iraquí”? Esa molesta pregunta debería hacerse a quienes cometen el pecado de “whataboutism” (“¿Y qué me dices de ti?”, figura retórica en la que se responde a una acusación al señalar una falta similar cometida por la parte que acusa. Nota de la traductora) y que es uno de los más recientes recursos diseñados para distraer la atención de nuestras acciones y sus consecuencias.
Los autores reconocen que hay problemas en congelar fondos que fueron depositados con garantías de seguridad en bancos de Nueva York. Traen a colación el congelamiento de los fondos afganos, por parte de la administración Biden, lo cual se considera “controversial sobre todo porque hay cuestiones que se refieren a fallos judiciales en torno a esos caudales y reclamos entre personas que exigen indemnización en demandas presentadas por personas muertas o heridas en el 9/11).
No se mencionan, quizá por no ser controversiales, los ruegos de las madres afganas que ven a sus hijos morir de hambre porque no tienen acceso a sus cuentas bancarias para comprar alimentos en el mercado, y así se ve el destino de millones de afganos que enfrentan hambruna.
Más comentarios sobre los esfuerzos de Bush en 2003 para “ayudar al pueblo iraquí” fueron proporcionados, sin intención, por el principal analista de política internacional de The New York Times, Thomas Friedman, con su encabezado: “¿Cómo enfrentamos a una superpotencia gobernada por un criminal de guerra?”
¿Quién imaginaría que una superpotencia pueda ser encabezada por un criminal de guerra en esta era de iluminación? Es un dilema difícil de encarar, incluso de contemplar, en una nación de prístina inocencia como la nuestra.
¿Es de extrañar que la parte más civilizada del mundo, sobre todo el sur global, contemple el espectáculo que aquí se desarrolla con asombro e incredulidad?
Volviendo a la conferencia de prensa, Putin dijo que la invasión procedía según lo planeado y continuaría hasta que los objetivos iniciales fueran alcanzados. Si el consenso de los analistas políticos occidentales y las élites políticas son en algo acertadas, ésta es la forma de Putin de reconocer que su meta original de conquistar rápidamente a Kiev e instalar a un gobierno títere fue abandonada a causa de la fiera y valiente resistencia ucrania que demostró que militarmente Rusia es un tigre de papel incapaz de conquistar ciudades que están a unos pocos kilómetros de su frontera y son defendidos por una milicia civil.
Los consensos de expertos tienen conclusiones de mayor alcance: Estados Unidos y Europa deben dedicar mayores recursos para protegerse del próximo ataque del rapaz monstruo que está listo para atacar y dominar a la OTAN y a Estados Unidos.
La lógica es abrumadora.
De acuerdo con el consenso, Rusia ahora revisa planes, antes desechados, de concentrar un ataque mayor sobre la región de Donbás, donde se reporta que unas 15 mil personas han sido asesinadas desde el levantamiento de Maidan en 2014. ¿Por quienes? No debe ser difícil de determinar con los muchos observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa que están en el terreno.
Me parece que es exagerado concluir que Putin busca una guerra con la OTAN y Estados Unidos, pues sería autoaniquilarse. Creo que él quiere la paz… en sus términos. ¿Qué monstruo no lo quiere? Sólo podemos descubrir dichos términos a través del “liderazgo y la diplomacia” No podremos saber si nos negamos a involucrarnos en esta opción, a contemplarla y discutirla. No podemos saber si llevamos adelante la política oficial anunciada en septiembre pasado y reforzada en noviembre, y que son temas que discutimos repetidamente: la política oficial estadunidense en Ucrania que la “prensa libre” le oculta a los estadunidenses, pero que de seguro ha estudiado cuidadosamente a la inteligencia rusa, que tiene acceso a la página web de la Casa Blanca.
Volviendo al punto esencial, deberíamos hacer lo posible por poner fin a la agresión criminal y hacerlo de una forma en que salve a los ucranios de más sufrimiento y la posible desaparición. Lo que podría ocurrir si Putin y su círculo son acorralados sin salida. Los llamados a que un movimiento popular presione a Estados Unidos a revertir su política oficial y se una a la diplomacia y a la visión de Estado. Medidas punitivas (sanciones, apoyo militar para Ucrania) pueden justificarse si contribuyen a que la situación termine, pero no si están diseñadas para castigar a Rusia mientras se prolonga la agonía y la amenaza de la destrucción de Ucrania con indecibles ramificaciones para el futuro.
C. J. Polychroniou: Existen reportes no confirmados de que Rusia ha usado armas químicas en la ciudad ucrania que ha sido, quizá, la más brutalmente atacada, Mariupol. A cambio, el gobierno británico se apresuró a anunciar con temeridad que “todas las opciones están sobre la mesa” si estos reportes son ciertos. En efecto, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ya afirmó que algo así “cambiaría totalmente la naturaleza del conflicto”. ¿Qué significa que “todas las opciones” estén sobre la mesa y cómo se puede incluir ese escenario si la guerra en Ucrania se vuelve nuclear?
Noam Chomsky: La frase “todas las opciones están sobre la mesa” es normal en eso que pasa por liderazgo en Estados Unidos y Gran Bretaña, en violación directa de la Carta de Naciones Unidas, y de la Constitución estadunidense, si es que a alguien le importa. No sabemos qué pueden tener en mente quienes regularmente hacen estas declaraciones.
Quizá quieren decir lo que esas palabras significan: que Estados Unidos está listo para recurrir a armas nucleares, lo cual implica destruirse a sí mismo y a mucha de la vida en la Tierra, si bien los escarabajos y las bacterias podrían proliferar. Quizá eso sea tolerable en sus mentes, si al menos resulta punitivo para los rusos, quienes, nos dicen, son una maldición tan irremediable que la única solución podría ser “aislar permanentemente a Rusia” o incluso “Rusia delenda est”.
Es, de seguro, apropiado estar muy preocupados por el uso de armas químicas, aun cuando no se ha confirmado. A riesgo de un mayor “¿Y qué me dices de ti?”, también debemos preocuparnos de reportes actuales muy bien confirmados de fetos deformes en los hospitales de Saigon, entre los terribles resultados que la guerra química desatada por la administración Kennedy, que además destruyó cosechas y bosques, y que fue parte central de un programa para “proteger” a la población rural que apoyaba a los Viet Cong, como bien sabía Washington. Debemos estar lo suficientemente preocupados para hacer algo para aliviar las consecuencias de estos terribles programas.
Si Rusia ha usado o piensa usar armas químicas, esto es, definitivamente, motivo de profunda preocupación.
C. J. Polychroniou: Tambien hay afirmaciones de que miles de ucranios están siendo deportados a la fuerza desde Mariupol hasta partes remotas de Rusia, lo que evoca los oscuros recuerdos de las deportaciones masivas soviéticas bajo Stalin. Funcionarios del Kremlin han rechazado lo que llaman “mentiras”, pero hablan abiertamente de reubicar a los civiles atrapados en Mariupol. Si los reportes de las deportaciones forzadas de civiles de Mariupol a Rusia resultan ciertas, ¿cuál sería el propósito de acciones tan reprobables? ¿Se añadiría esto a la lista de crímenes de guerra de Putin?
Noam Chomsky: Desde luego se añadirían a dicha lista, que ya es muy larga. Y, afortunadamente, sabremos mucho de estos crímenes. Ya están en curso extensas investigaciones sobre los crímenes de guerra de Rusia, y llegarán a término pese a las dificultades técnicas.
Eso es muy normal; cuando los enemigos cometen crímenes de guerra se moviliza una industria mayor para revelar cada mínimo detalle, como debe hacerse. Los crímenes de guerra no deben ocultarse ni olvidarse.
Lamentablemente, esta es una práctica casi universal en Estados Unidos. Existe una infinidad de ejemplos a los que podemos aludir, pero el hecho de que la hegemonía global actual adopte las prácticas reprobables de sus predecesores aún nos deja en libertad de exponer los crímenes de nuestros actuales enemigos oficiales, tarea que debe llevarse a cabo y que seguramente se hará en este caso.
Los que están fuera del alcance del sistema de propaganda estadunidense, se horrorizarán ante tal hipocresía, pero eso no es motivo para no dar la bienvenida a una denuncia selectiva de los crímenes de guerra.
Quienes tengan algún interés perverso en vernos, aprenderán algunas lecciones sobre la manera en que las atrocidades son manejadas y expuestas. El caso más notable es la matanza de Mai Lai, finalmente reconocida cuando el reportero freelance Seymour Hersh expuso el crimen a Occidente. En el sur de Vietnam se supo durante mucho tiempo y no llamó la atención, el centro médico cuáquero en Quang Ngai ni siquiera se molestó en reportarlo porque esos crímenes eran muy comunes. De hecho, la investigación oficial de Washington encontró otra matanza muy similar en la aldea cercana de Myu Khe.
La matanza de Mai Lai puede ser absorbida por el sistema propagandístico al limitar la culpa que tuvieron los soldados en el campo que no sabían quién les iba a disparar. Fueron exentos, y siguen exentos, quienes los enviaron a expediciones de asesinato masivo. Más aún, la atención sobre uno de los muchos crímenes en el terreno sirvió para ocultar el hecho de que no eran más que notas a pie de página de una enorme campaña de bombardeos, de asesinatos masivos y destrucción dirigida desde oficinas con aire acondicionado, y sobre los que los medios callaron. Pese a que Edward Herman y yo pudimos escribir de ellos en 1979 haciendo uso de detallados estudios que nos proporcionó el corresponsal de Newsweek Kevin Buckley, quien investigó los crímenes con su colega Alex Shimkin, pero de lo que él sabía no pudo publicar más que fragmentos.
Fuera de esos casos excepcionales, los crímenes de Estados Unidos no son examinados y se sabe poco de ellos. Es una vieja historia que sólo conocen los poderosos.
No es fácil entender qué hay en el fondo de las mentes de los criminales de guerra como Putin, o de lo que no existe de acuerdo con el canon predicado por los eruditos del New York Times, quienes están aterrados de que los criminales de guerra existen… entre nuestros enemigos oficiales.
C. J. Polychroniou: Finlandia y Suecia parecen estar adoptando la idea de unirse a la OTAN. En caso de que esto ocurriera , Rudia ha amenazado con desplegar armas nucleares y misiles hipersónicos en la región del Báltico. ¿Tiene sentido que naciones neutrales se alíen a la OTAN?
Noam Chomsky: Retomemos el abrumador consenso de los analistas militares occidentales y las élites políticas: el ejército militar es tan débil e incompetente que no pudo siquiera conquistar ciudades cercanas a su frontera que fueron defendidas sólo por milicias civiles. Por lo tanto, aquellos con un imponente poderío militar deben temblar de miedo por su seguridad ante tamaño poderío castrense. Uno debe entender por qué esta concepción debe ser la favorita en las oficinas de Lockheed Martin y otros contratistas militares que figuran entre los principales exportadores de armas del mundo, al ver la posibilidad de nuevos prospectos que podrían enriquecer aún más sus arcas, ya repletas. El hecho de que se acepte en círculos más amplios, y que también influya en otras políticas, merece un análisis.
Rusia sí tiene armas avanzadas que pueden destruir (aunque evidentemente no conquistar), por lo que la experiencia ucrania se usa como indicador. Que Finlandia y Suecia abandonen su neutralidad al unirse a la OTAN puede incrementar la posibilidad de que Rusia utilice dichas armas. Dado que es difícil tomar en serio el argumento de la seguridad, esa parece ser la más probable consecuencia de unirse a la alianza.
Hay que reconocer que Finlandia y Suecia ya están bastante bien integradas al sistema de comando de la OTAN, como lo estaba Ucrania desde 2014, lo que se solidificó todavía más ante los pronunciamientos políticos que el gobierno estadunidense hizo en septiembre y noviembre pasados, y la negativa de Biden de tomar en consideración lo que Putin mencionó repetidamente como una de sus principales preocupaciones en materia de seguridad: la posibilidad de que Ucrania se uniera a la OTAN, poco antes de la invasión.
Publicado en Truthout: https://truthout.org/authors/c-j-polychroniou/
* Politólogo, economista y periodista.
Traducción: Gabriela Fonseca
C. J. Polychroniuou
Fuente: La jornada