Alvaro Aragón Ayala
El colmo: La aprobación de la Ley para la Protección de las Personas Defensoras de los Derechos Humanos y Periodistas, sirvió de tribuna para que el presidente de la JuCoPO del Congreso Local, mi diputado Feliciano Castro Meléndrez, venda la idea, estúpida, por cierto, de que la ley de marras salvará a los comunicadores de las agresiones físicas o los librará de atentados criminales.
A contrapelo de los periodistas que exigen transparencia y mayor acceso a la información pública, por “decreto”, mi carnal Feliciano y su corte de diputados, ocultan información sobre el juicio político que se le sigue al alcalde de Culiacán, Jesús Estrada Ferreiro. En el gobierno estatal el discurso queredón que se prodiga a los comunicadores contrasta con la falta de entrega de información oportuna y fidedigna en torno a la cosa pública.
Pero aquí, en este girón de la patria, el problema de la secrecía de la información pública pasa de noche, porque el reflector está colocado en el “atole con el dedo”: los comunicadores ya cuentan con la Ley que los “protegerá” de todo mal. Cualquier “levantón”, putiza, agujeros en el cuerpo, decapitación, garrotazo en la nuca, etc., será a partir de ahora puritita casualidad no atribuida a ninguno de los tres “órdenes” de Gobierno.
Qué cuentazo se aventaron porque ni aquí ni en Rusia ni en Ucrania, la fabricación de una nueva Ley constituye el remedio para evitar que los periodistas sean agredidos o asesinados. Leyes hay de a montón. En México la Constitución y las leyes federales “protegen” el ejercicio del periodismo y establecen mecanismos para salvaguardar a quienes se ven amenazados en su derecho a informar ¿Y?
En Sinaloa, La Ley para la Protección de las Personas Defensoras de los Derechos Humanos y Periodistas fue confeccionada con retazos de leyes similares de otros estados en donde los gobiernos se adelantaron en “modernizar” las relaciones con la prensa. Paradójicamente en esos estados las agresiones y los asesinatos de periodistas continúan al alza. La Leyes no disuadieron ni reprimieron a los criminales.
El diputado Feliciano Castro Meléndrez, mi amigoche, ha de estar riéndose a mandíbula batiente por creer que estupidizó o metió en un trace hipnótico a los comunicadores para que crean o se vayan con la finta de la seguridad y “protección” de la que gozarán -hipotética y demagógicamente- con la nueva la Ley recién salida del horno legislativo.
Caramba. No hay transparencia en el ejercicio legislativo -salvo los rigurosos boletines plagados de frases para la posteridad feliciana-; falta ampliar el acceso a la información de interés en los entes del gobierno estatal, sin embargo, los legisladores se salen por la tangente, evaden la agenda de la transparencia y rendición de cuentas y manufacturan, con copias de párrafos de otras legislaciones, una Ley para tener “contentos” a los periodistas.
¿Qué tan pendejos cree Feliciano Castro que son los comunicadores que no entienden que los discursos de odio son predecesores directos de los crímenes de odio? Ha de pensar que los periodistas no escuchan las proclamas morenistas mañaneras que los colocan como potenciales víctimas de una agresión personal o masiva.
En Sinaloa el periodismo se ejerce entre balas, olor a pólvora y muerte, en un escenario donde priva la interconexión de los poderes fácticos con el poder estatal y las autoridades municipales. La profesión o tarea de informar se practica en el meritito infierno. Las callen que pisan los comunicadores son las mismas que a diario recorren o dominan los grupos criminales que gozan de la complicidad de las corporaciones policiacas.
Pero, en fin, no hay nada de qué preocuparse ya que, en el Congreso Local, con la aprobación de la Ley, Feliciano Castro pregona: “abonamos al objetivo de asegurar las condiciones para el ejercicio libre de su profesión, en un contexto de seguridad y garantía irrestricta de sus derechos humanos”. ¡Ah qué mi diputado! tan discursivo, rollero y marrullero. Tan mono él.