Del chiquero al Congreso, la historia de Genaro García Castro

Especial Redacción. Primera Parte

Los Mochis, Sinaloa. –Genaro García Castro es un hombre resuelto, prudente, sobrio que no rehúye tema para hablarse sin tapujos.


La entrevista se desarrolla camino a una de las muchas colonias que visita en su campaña de proselitismo en busca de ser diputado local. Específicamente disputará el Distrito Cuatro que se ubica al suroriente de Los Mochis.


Va sentado en camioneta blanca que vistió con sus logos de campaña y el slogan La Voz en la Transformación.


Lo explica con referencias muy simples. “En sistema político nuestro es de representación, porque no todos pueden llegar al Congreso, debatir y promulgar leyes. Por eso se elige a un representante por determinado número de ciudadanos. Agradezco a morena haberme tomado en cuenta para buscar esa representación, que es en lo que ando”.




En plena campaña


En ese momento de la mañana, el candidato se ve fresco, pulcro, lleva lentes oscuros; una camisa tinto en la que se estampó su nombre, la marca, y slogan. Viste jeans, azules y calza tenis que hacen juego con la camisa. Tiene un porte de deportista que se construyó en el gimnasio, pues se asume como muy disciplinado. Se requiere serlo pues entre sus haberes cuenta el haber sido maratonista. No lo aparenta, pero está entrando a la etapa de adulto mayor, más de seis décadas y media pesan sobre sus hombros, y de esas, 4 fueron dedicadas al servicio público, todas en áreas estratégicas, de esas en donde el temple, sapiensa, prudencia, valentía, disciplina y análisis de las situaciones te permiten vivirla para contarla al día siguiente.


Él cuenta que su preparación no fue fácil, pues en su casa, en el Estero de Juan José Ríos a veces faltaba la comida y a veces los platos, pero nunca escaseo un consejo, una exigencia, una reprimenda con chanclazo de por medio o el correctivo con chicote de seda, de esos que las mujeres de antaño usaban para afianzar el hábito al cuerpo, como señal de manda. Aquello le forzó a salir del Estero en medio de una fenomenal lluvia, con el lodazal hasta las rodillas, ensuciando sus útiles escolares para llegar a la escuela. De aquella salida, regresó años después, precisamente siendo candidato a diputado. En ese retorno, sus amigos le cayeron, y para sorpresa, no dejaban de llamarlo Genarito, un diminutivo que se ganó siendo chaval porque siempre fue bien portado, educado. “Es que siempre fue bueno, nunca grosero ni respondón; era de esos niños que caían bien”, expuso una de sus vecinas de la casa materna.


La camioneta va y viene, rápido, lento, y el candidato viaja cómodo, relajado. “No son un sabelotodo, soy humano; no tengo la respuesta a muchísimas cosas, pero las personas sí; por eso no pretendo promulgar leyes que considere que resuelven algo cuando salga de mi cerebro o de mis entrañas; pretendo que las personas me digan qué ocupan, que requieren para vivir en bienestar; mis propuestas son dictadas por el pueblo y a ellos deben servir; no a mí, ni al Gobierno ni al partido, a las gentes, a las personas, a los más pobres, a todos por igual”, dice de arranque.


Él ha recorrido ya gran parte de su territorio y tiene sus conclusiones de más de 2 mil encuentros cara a cara: “Voy a cabildear reformas a la ley de agua potable, porque la gente se queja de que los de la juntas nada más son insensibles, que les quieren sacar hasta el último centavo, que no ofrecen descuentos, que son muy duros y ladrones; por eso, pretendo modificarla para facultar a los gerentes generales a que otorguen quitas a adeudos para disminuir la carretera vencida que es impagable por esa tramitología forzada que no resuelve nada, sino agrava las condiciones de las juntas, no pretendo dale todo el poder a los gerentes, sino que se audite y se sancione a quien haga mal uso de las facultades”.




Con buena respuesta


Como a toda persona, a Genaro García Castro también le pesa la experiencia de su niñez por educar. En él está fresca la frase de que con hambre, las letras no entran. “Y es verdad. Eso lo viví mucho tiempo cuando sólo llevaba para el camión, pero en ocasiones ni eso. Debía caminar hasta la ETI. Siendo adolescente, es duro ver las tortas de Don Lupito y no poder comerte una… ver cómo tus compañeros la saboreaban y tú no…”


Esta historia continuará….