Cientos salen de El Salvador y, temporalmente, se refugian en el sur de México tras huir de las fuertes medidas que ha encarcelado hasta a inocentes, afirman migrantes.
Alexander tuvo que huir la madrugada del 15 de septiembre pasado de Sonsonate, al occidente de El Salvador. Lo hizo horas antes que los militares a la caza de pandilleros llegaran a su casa y le mataran a sus dos perros, para dejar como advertencia que lo buscaban y darían con él a como diera lugar.
Le llevó dos días llegar a Tapachula, en Chiapas, al sur de México, aún angustiado por la presión que los rumores de vecinos y los consejos de su madre le auguraban que, en cualquier momento, caería preso y sería llevado junto a cientos de detenidos relacionados con la Mara Salvatrucha 13 y el Barrio 18.
Desde hacía días, el gobierno de Nayib Bukele le pisaba los talones por relacionarlo con una clica de la MS13 que controlaba su colonia. El error que Alexander había cometido era haberse vuelto adicto a la droga, que adquiría de manos de esos mismos pandilleros con los cuales ahora lo relacionaban.
“Ese día yo estaba trabajando y llegó la autoridad, tocaron la puertecita de la calle, yo solamente los miré. De allí al otro día andábamos en una fiesta de mi niña en la escuela, ese día no trabajé, pero cuando llegué a la calle donde vivo me dijeron los vecinos que no llegara a mi casa porque los militares acababan de moverse de mi casa. Después tuve que salir para arriba”, relata.
El “Guana”, como le llamaban en su vecindario, recurrió a las drogas para poder dobletear turnos de trabajo. De día en la construcción y de tarde en una carpintería que había montado para poder librar los gastos de su familia. Al menos esa era su excusa o su estrategia para poder sacar los dos turnos de trabajo.
Refugiado en un albergue de Tapachula, el hombre de estatura media y sin “manchas” en el cuerpo (tatuajes), prepara un viaje hacia el norte de México. Ha obtenido, por fin, la condición de refugio por parte de las autoridades, pero le hace falta dinero y energías para hacer ese viaje atascado de kilómetros y peligros.
El hombre de 24 años sostiene que las pandillas están heridas de muerte en su país, pero no vislumbra que los males que agobian a los salvadoreños terminen pronto. La canasta básica, la falta de empleo y oportunidades mantienen todavía inmerso al país centroamericano en un socavón al cual no quiere volver.
Saturan albergues y trámites
La medidas enérgicas para combatir a las pandillas en El Salvador ha llevado a cientos a salir de forma apresurada y sin un plan a seguir. En los tres albergues que operan en Tapachula, 70 por ciento de la población proviene de ese país.
En el refugio Jesús el Buen Pastor, el sobrecupo de migrantes mantiene cifras de hasta mil 300 personas. De esa cifra, unas 800 son salvadoreñas, según datos de la administración del lugar.
Mientras que en el albergue Belén, al cual no hay acceso como si algo malo ocurriera adentro, mantiene una población considerable de salvadoreños, a tal punto que alrededor del inmueble pernoctan familias enteras que prefieren la calle a vivir en casas que en cualquier momento son asaltadas por los militares bukelistas.
La Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) ha documentado durante enero y febrero un total de mil 111 peticiones de salvadoreños alojados en la frontera sur mexicana. A estos se suman los cientos que acuden directamente al Instituto Nacional de Migración (INM) para solicitar algún trámite que pueda conducirlos al norte del país.
Para el cierre de marzo se han sumado 605 peticiones de refugio, las cuales pueden incluir a núcleos de familia enteros, sin tener conciencia plena de todos aquellos que han llegado a la frontera sur y decidido avanzar sin pisar una sola oficina del gobierno mexicano en busca de algún trámite.
Para abril, 85 por ciento de las peticiones de refugio de salvadoreños han sido resueltas como positivas, contrario a las de Haití, que sólo 12 por ciento han tenido luz verde; o las de Cuba, con 53 por ciento.
La aceptación en casos de refugio revela las condiciones de peligrosidad en que huyen ciudadanos salvadoreños, pese a que la política de Estado de excepción del gobierno ha sido vista con buenos ojos dentro de El Salvador y violatoria en demasía por la comunidad internacional.
Alexander confía en que pronto podrá reunir a su familia en el norte de México. Hablar del retorno a su país, es algo que no quiere que ocurra ni muerto en un cajón. Le da pánico sólo pensarlo.
LSN
José Torres Cancino
Fuente: El Heraldo de México