Tanto Bruselas como Washington saben que la invasión a Ucrania puede tener una relación directa sobre el liderazgo chino.
Muchas son las opciones que Occidente evalúa para la post-guerra de Ucrania. Sin embargo según el conflicto armado continúa su curso, Europa y Estados Unidos saben que no deben perder de vista y estar preparados con capacidad de respuesta diplomática y operativa ante una muy probable confrontación con la República Popular China por el futuro de Taiwán. Tanto Bruselas como Washington son conscientes que las tensiones que friccionan la relación con Beijing pueden disparar un conflicto de implicancias globales mayores y más amplias.
Tal como informó Infobae días pasados, Bill Burns, el jefe de la CIA confirmó esa probabilidad a la agencia AFP y la calificó como de muy alta: “Creemos que la guerra en Ucrania puede tener una relación directa sobre el liderazgo chino y si éste escogerá el uso de la fuerza contra Taiwán en los próximos meses o años, sino cuándo y cómo lo van a hacer”.
Cuando el 24 de febrero pasado Rusia invadió Ucrania, varias voces comenzaron a escucharse en la comunidad internacional, un arco amplio desde la izquierda a la derecha ideológica abrieron interrogantes sobre si Washington alcanzaría sus objetivos en la guerra ruso-ucraniana sólo a través del apoyo logístico y el suministro de armas. Al mismo tiempo, Bruselas continuó insistiendo en usar la diplomacia a pesar de las posiciones belicistas de Vladimir Putin. Un fundamento europeo contra de la posición estadounidense con Ucrania -pero también a futuro con Taiwán- es que las acciones de Washington inexorablemente pueden abrir un marco irreversible para una nueva Guerra Fría y que EE.UU. no debería marcar “líneas rojas” o escalar acciones que aumenten tensiones con Moscú y sus aliados para evitar la materialización de un escenario de esa naturaleza.
No obstante, la política exterior estadounidense y de sus aliados para Ucrania y Taiwán, es que la posición occidental preserva el orden mundial de acciones unilaterales ilegales de otros estados. De allí que lo que el Salón Oval transmitió en estos meses no es una preocupación de que su posición genere un escenario de escalada que pueda dar lugar a otra Guerra Fría con China y Rusia. Contrario a ello, EE.UU. y sus aliados prefieren aprovechar la oportunidad del conflicto en Ucrania para diseñar una política de prevención similar a la que le facilitó el triunfo en la Guerra Fría frente a la ex-Unión Soviética. Aquella confrontación se definió por el hecho de que EE.UU. y Rusia -ambos actores con armas nucleares- nunca chocaron en una guerra directa; aunque combatieron por el poder en distintos conflictos y escenarios internacionales. Sin embargo, Washington y Moscú entendieron que una guerra directa entre ambos era demasiado peligrosa y sus líderes se alejaron de esa “línea roja” que ninguno cruzó jamás.
Durante la Guerra Fría, el plan estadounidense, sin importar si el inquilino de la Casa Blanca fuera demócrata o republicano, mantuvo un objetivo que se cumplió a pie juntillas que fué el de contener y limitar la expansión de la ex-URSS. En esa estrategia, EE.UU. construyó varias alianzas regionales en distintos puntos de África, Asia, América Latina y Europa; de todas ellas, la Organización para el Atlántico Norte (NATO por sus siglas en inglés) fué la más exitosa y la más relevante en materia de defensa militar. Al construir esa organización, Washington logró marcar una línea roja que hace las veces de un frente mundial y que generó una entente con Moscú; ese acuerdo funcionó exitosamente desde la caída de la ex-URSS. Así, Rusia no avanzó en sus viejos e históricos planes de invadir Grecia, Chipre y Turquía y no intervino de manera determinante sino periférica en otros conflictos en los que EE.UU. se involucró, por ejemplo: en las guerras de Corea y Vietnam.
No obstante, hoy EE.UU. y varios de sus aliados como Canadá, Australia, Corea del Sur y Japón, están enfrentando una agresiva política exterior y militar China. Beijing participó fuertemente en los últimos ocho meses en varios incidentes por los que ha sido acusada de hostigar y poner en peligro al menos a cuatro aviones militares canadienses y tres australianos. Como respuesta, el bloque de aliados occidentales envió recientemente un destructor estadounidense a realizar ejercicios militares para marcar lo que Washington calificó como libertad de navegación a través del Mar de China. Para varios funcionarios de la OTAN esa respuesta expresa un nuevo escenario que permite observar que EE.UU. y China están avanzando hacia una nueva Guerra Fría -que lleva algunos años en materia económica sobre aranceles e impuestos de exportación e importación-, pero que no excluye demostraciones militares de poder y esos analistas ven en esos movimientos con preocupación.
En Bruselas, varios euro diputados cuyos países se verán afectados por el recorte de energía de Rusia en el próximo invierno sostienen bajo anonimato que la posición estadounidense puede no ser la correcta y que Occidente debe debatir esa cuestion para evitar una nueva Guerra Fría, la que a estas alturas de la guerra en Ucrania parecería ser inevitable. Esos mismos diputados sostienen respecto de China que “confían que personas con ideas afines en Beijing puedan trabajar junto a ellos para encontrar soluciones”. Aunque lo cierto es que los chinos supuestamente “afines” aún no han mostrado sus posiciones y el líder chino Xi Jinping y los miembros del Partido Comunista Chino (PCCh) sí han declarado que apoyaran el regreso a las políticas del pasado que fueron útiles a los intereses de Beijing, las que por supuesto colisionan con la expectativa europea.
Algunos funcionarios estadounidenses niegan estar de camino hacia una nueva Guerra Fría. Sin embargo, otros no descartan la posibilidad y se han escuchado declaraciones en ambos bloques de senadores donde demócratas y republicanos expresaron que no está mal reconocer que EE.UU. puede estar ingresando en una nueva Guerra Fría no buscada pero emergente de regímenes autoritarios y que reconocerlo ayudará a establecer nuevos lineamientos de seguridad nacional de cara a un conflicto de tal naturaleza.
El interrogante que se abre ante la situación es si deberían enfocarse en aceptar la idea de que ello podría estar ocurriendo o negar que se está ingresando en un nuevo tiempo. No obstante, lo que todo Occidente debe aceptar es la idea sobre lo que la realidad muestra en diversos escenarios internacionales. Nadie desea un enfrentamiento nuclear con China o Rusia a pesar de las amenazas del presidente Putin y de su canciller Lavrov sobre el uso de armas tácticas si Rusia se viera amenazada en el conflicto de Ucrania.
No obstante, también es claro que Moscú no será el primero en escalar una crisis hacia un enfrentamiento nuclear por su incursión ucraniana. El líder ruso sabe que puede ejecutar actos ilegales -que de hecho realizó-, pero nunca cometería la irracionalidad de escoger la opción nuclear porque también sabe que nada quedaría en pie dentro de la Federación Rusa que preside. La prueba de ello es que Rusia está usando artillería pesada, misiles e incluso munición prohibida en sus ataques a Ucrania para deponer el gobierno del presidente Zelensky y obligarlo a huir del país para colocar un gobierno adicto a Moscú, y hasta allí van los planes de Putin más allá de sus bravuconadas y los eventuales crímenes de guerra que se han cometido sobre civiles para la consecución de sus fines. En esa línea, temer una confrontación con China porque Beijing dispone de armas nucleares no es una razón válida. Washington no tuvo temor a enfrentar a Moscú durante la Guerra Fría y ambos gobiernos entendieron durante todos esos años lo que estaba en juego, Beijing también lo comprende hoy. En consecuencia, asumir una nueva guerra fría no debe atemorizar a Occidente, hacerlo también otorgaría beneficios a sus decisiones políticas estratégicas.
En el pasado, el asesor de seguridad nacional del ex-presidente Trump, Matt Pottinger junto a John Bolton, supieron implementar políticas que neutralizaron los reclamos improcedentes de China en el mar del sur. Con ello brindaron un fuerte apoyo a la seguridad de Taiwán en consonancia con la Ley de relaciones estadounidenses con Taiwán del año 1979. Esa normativa reconoció y declaró a Taiwán “separado política y permanentemente” de China. Otros gobiernos occidentales acompañaron esa posición hacia China y para sorpresa de Beijing la administración del actual presidente Biden, mantuvo e incluso amplio esa política para China y Taiwán de la administración Trump. En consecuencia las organizaciones empresariales y políticas deberían hacer lo propio y dejar de lado sus recelos en bien de la defensa de los valores e intereses de Occidente respecto de Beijing.
Así, en lugar de manifestar dudas sobre un futuro que pueda abrir fricciones con gobiernos autoritarios como el de China, Rusia, o sus aliados regionales, Irán y Corea del Norte, tanto las sociedades europeas como estadounidense deberán reconocer un escenario que expresa una nueva realidad global y apoyar a su clase política a abordarla sin complejos ni temores.
Fuente: Infobae