Moscú. Rusia suspendió este sábado su participación en el llamado “pacto de los cereales”, como primera reacción a un “ataque con drones” esta madrugada, en la estratégica zona del mar Negro, contra su armada e infraestructura en el puerto de Sebastopol, Crimea. El acuerdo, firmado en julio pasado con la mediación de Turquía y de la Organización de Naciones Unidas (ONU), que permitía la salida de los granos almacenados desde puertos de Ucrania, tenía vigencia a noviembre.
Comenzó así la enésima escalada de esta guerra ruso-ucrania que, en cualquier momento, puede salirse de control y desatar un conflicto mayor de consecuencias impredecibles, toda vez que el Ministerio de Defensa de Rusia acusó a Gran Bretaña de ayudar a Ucrania en la coordinación del “ataque con drones”, así como de ser responsable del reciente sabotaje a los gasoductos en el mar Báltico.
Los militares rusos aseguran, en un comunicado, que “en la preparación del ataque participaron expertos británicos desde la ciudad de Ochakov, en la región ucrania de Mykolaiv”, los mismos que –según esa dependencia castrense– “intervinieron en el sabotaje a los gasoductos Nord Stream 1 y 2”.
Londres se deslinda de hostilidad
Londres no tardó en rechazar la acusación: “Para distraer la atención de sus propios fracasos durante la ilegal invasión de Ucrania, el Ministerio de Defensa ruso recurre a difundir una mentira de magnitud épica. Esta historia inventada sólo revela las discusiones al interior del gobierno ruso”, respondió la dependencia militar británica.
Poco después, Maria Zajarova, portavoz de la cancillería local, confirmó que Rusia se retira “de modo indefinido” del pacto, pues “no puede garantizar la seguridad de los cargueros, por lo cual ya se han dado las instrucciones pertinentes a nuestros representantes en el Centro de Coordinación Conjunto en Estambul, que controla el transporte de los alimentos ucranios”.
La ONU abogó de inmediato por preservar el acuerdo: “Es vital que todas las partes se abstengan de cualquier acción que pueda poner en peligro este esfuerzo humanitario que claramente está teniendo un impacto positivo en el acceso a la comida de millones de personas en el mundo”, declaró desde Nueva York Stéphane Dujarric, vocero del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres.
El canciller ucranio, Dmytro Kuleba, exhortó a la comunidad internacional a exigir que Rusia “ponga fin a sus juegos del hambre”.
Kuleba escribió en Twitter: “Con anticipación advertimos que Rusia quería romper el acuerdo, la iniciativa de cereales del mar Negro. Moscú bajo un falso pretexto bloquea el ‘corredor de granos’, que aseguraba la seguridad alimentaria de millones de personas. Exhorto a todos los países del mundo a exigir que Rusia ponga fin a sus juegos del hambre y cumpla los compromisos asumidos”.
Por la noche, en declaraciones al canal de televisión Rossiya-24, el ministro de Agricultura ruso, Dimitri Patruschev, afirmó que “Estamos dispuestos a suministrar de forma gratuita, en los próximos cuatro meses, hasta medio millón de toneladas de cereales a los países más pobres. Lo haremos con la participación de Turquía, nuestro socio fiable”.
Ucrania ni confirma ni desmiente tener algo que ver con lo ocurrido en Sebastopol. Anton Geraschenko, asesor del ministro del Interior ucranio, considera que “un manejo negligente de explosivos afectó a cuatro buques de guerra, entre ellos la fragata Almirante Makarov, desde la cual se lanzaron en julio misiles de crucero contra la ciudad de Vynitsia, causando decenas de civiles muertos y heridos”.
La vocera del mando Sur del ejército ucranio, Nataliya Humenyuk, dio a entender que la causa pudo haber sido una falla de los sistemas antiaéreos rusos: “Cuando se tiene miedo a insectos de combate (en alusión a que Rusia declaró en el Consejo de Seguridad de la ONU que Estados Unidos patentó un dron que disemina insectos infectados con diferentes virus) y se emplea contra ellos sistemas antiaéreos agresivos, como el SS-300, el efecto puede ser absolutamente contrario”, comentó a la televisión ucrania.
La primera explosión, de acuerdo con un despacho de la agencia TASS, se escuchó a las 4:20 de esta mañana (hora local) y, según declaró el gobernador de Sebastopol (el puerto, sede de la Flota del mar Negro, tiene estatus de entidad de la Federación Rusa), Mijail Razbozhayev, dio inicio “a la mayor ofensiva que hemos sufrido desde el 24 de febrero (día que comenzó la invasión de Ucrania) con nueve drones y siete aparatos acuáticos no tripulados”.
El Kremlin afirma que sus sistemas de defensa antiaérea “pudieron derribar la mayoría de los drones”, pero reconocen que “sufrió daños menores el dragaminas Iván Golubets y resultó afectada una red de protección en la bahía Yúshnaya”.
Las autoridades de Sebastopol trataron de calmar a los habitantes del puerto al informar que “no hay motivos para preocuparse, las columnas de humo que se observan en la bahía Kazachiya son resultado de maniobras planeadas en un polígono”.
Más allá de las pérdidas materiales, relativamente menores, causadas por el presunto ataque con drones, lo que resulta inadmisible, desde la perspectiva del Kremlin, es que Ucrania pueda atacar abiertamente –así lo asegura– un territorio que Moscú considera suyo desde su anexión en 2014 y que es algo que no está dispuesto a tolerar.
En este sentido, Turquía y la ONU tienen mucho trabajo que hacer para que Rusia reconsidere su decisión de suspender el “pacto de los cereales”, a la vez que no le será fácil convencer a Ucrania, de algún modo eufórica por sus avances en Jersón y otros sitios del frente, aunque esta vez haya atacado o no Crimea, que debe comprometerse a no traspasar los límites que pueden desatar una respuesta rusa que a nadie conviene.
El gobierno de Vladimir Putin atribuye a un ataque en su contra el motivo para cortar las exportaciones de cereales de Ucrania, un golpe sensible para Kiev, sobre todo a la luz de su oferta de regalar hasta medio millón de toneladas de granos a los países más pobres, pero la próxima vez podría recurrir a su arsenal nuclear táctico, que es lo que viene exigiendo a gritos el sector más belicista de la élite rusa, que considera que sus generales “no están a la altura y su ineptitud deriva en derrotas imperdonables”.
Lo sostiene con esas palabras Ramzan Kadyrov, gobernante de Chechenia, quien exige “cambios en la dirección del ejército”, apoyado por Yevgueni Prigozhin, otro cercano al presidente Vladimir Putin. Ambos aportan miles de combatientes a esta guerra, el primero con parte significativa de su Guardia Nacional (una especie de ejército checheno) y el segundo con los mercenarios que financia del llamado Grupo Wagner (conocido así por el alias de su comandante).
Aunque todavía no se ha hecho oficial, trascendió que este sábado Putin destituyó al coronel-general Aleksandr Lapin, que estaba al frente del Grupo Centro de tropas rusas en Ucrania. Tres medios de comunicación locales citan fuentes anónimas distintas que apuntan que la notcia es cierta.
Por otro lado, Rusia y Ucrania confirmaron este sábado un nuevo intercambio de prisioneros de guerra, quedando en libertad 52 militares por cada bando.
Juan Pablo Duch, corresponsal
Fuente: La Jornada