El 21 de septiembre se celebra el Día mundial de La Paz. El ser humano ha avanzado en el desarrollo tecnológico, pero no en concretar estos ideales. La ingeniería cerebral es necesaria
En Afganistán, el talibán sube al poder con políticas de segregación y abuso en pleno siglo XXI. Hasta hace semanas, más de 100 países no habían recibido una sola dosis de la vacuna contra covid-19; las consecuencias del cambio climático no se detienen; la trata de personas continúa y en México el feminicidio aumentó un 7 por ciento este año.
Estos son solo algunos ejemplos que evidencian el fracaso de los ideales de paz, o el “fracaso épico” como lo denomina el Dr. Shonkoff de la universidad de Harvard.
El hombre ha podido descifrar el genoma humano, utilizar dispositivos remotos en otros planetas, desarrollar inteligencia artificial, entre muchos otros logros que ejemplifican el avance científico y tecnológico. Con estos avances nuestra vida actual es muy diferente a la de hace apenas unas cuantas décadas.
Con solo pedirlo a un asistente digital podemos conocer el clima, reunirnos con personas de otros continentes u obtener el producto que deseamos.
Lamentablemente, fenómenos de conflicto y abuso en los seres humanos, como la inequidad o la trata de personas, se presentan de manera muy similar a la de nuestro pasado de hace varios siglos. Sin embargo, la ciencia ha informado lo suficiente acerca del cerebro, así como de la forma en la que nos relacionamos.
Esto incluye el conocimiento de que la competencia por los recursos y territorios finitos del ambiente se ve rebasada por las personas con estructuras cerebrales-psicológicas mal desarrolladas, quienes compiten con necesidades psicológicas, y no de supervivencia, sino de poder.
Un mal desarrollo social nos aleja de un mundo pacífico
Está probado que un cerebro que se desarrolla con los nutrientes necesarios y con interacciones recíprocas con sus padres o cuidadores, protegido del estrés, uno tiene mejores oportunidades de ser más inteligente, más tolerante, más autorregulado, y, lo más importante, de pasar a un nivel de relación social con un interés en los demás.
A su vez, tiene mejores oportunidades de convertirse en el cerebro de un padre o madre que proporcione las condiciones necesarias para el desarrollo de todo el potencial de su descendencia.
En contraste, está comprobado que quienes nacen en la pobreza o en ambientes violentos tendrán un retraso físico e intelectual con menores posibilidades de desarrollar la tolerancia, la autorregulación, la compasión, el respeto y el interés en el otro.
A su vez, tendrán menores probabilidades de convertirse en los padres que proporcionen las condiciones necesarias para el desarrollo saludable de la nueva generación.
De esta forma se establecen ciclos intergeneracionales de pobreza y desigualdad, así como de abuso y de falta de interés en el bien común.
La Asamblea General de la ONU propuso celebrar el Día Internacional de la Paz el 21 de septiembre para aumentar la conciencia sobre la paz, a través de la observación de 24 horas de no violencia y alto al fuego.
El discurso habla de transformar nuestro mundo en uno más justo, equitativo, inclusivo y sostenible. Sin embargo, este no puede ser procesado por estructuras cerebrales mal desarrolladas. La conciencia no se puede crear si no se ha desarrollado la capacidad para ello. Es necesario construir desde las políticas públicas la ingeniería cerebral para lograr esa conciencia.
Los ideales de paz no podrán ser alcanzados mientras no se realicen cambios a nivel estructural en donde los más aptos socialmente, es decir, quienes han desarrollado el interés por el bien común, trabajen en el diseño, construcción y mantenimiento de los sistemas que sostienen el funcionamiento del cerebro desde los primeros años de su formación.
IK Sandoval Carrillo @mentesflorecientes. Doctora en Neurociencias por la Universidad de Guadalajara, postdoctorado por la Universidad de Yale.
Fuente: El Heraldo de México