Melodías y versos que acompañaron a los presos políticos; a 50 años del golpe militar en Chile

El proyecto Cantos Cautivos compiló las canciones que se entonaban, componían y tarareaban en los mil 135 centros de detención implementados durante la dictadura que encabezó Augusto Pinochet; están documentadas cinco canciones mexicanas.

A 50 años del golpe militar en Chile, la memoria sonora persiste.

En los campos de detención política y tortura, se escribía, cantaba y escuchaba música, como registra el archivo musical Campos Cautivos.

Este proyecto, en formato digital, reúne testimonios de experiencias musicales en los centros de detención construidos bajo la dictadura de Augusto Pinochet, que se instaló tras el golpe al gobierno de Salvador Allende.

“Para muchos prisioneros políticos, escribir, tocar o escuchar música eran formas de registrar, recordar, olvidar o trascender experiencias difíciles”, describe el proyecto Cantos Cautivos.

Entre los 161 testimonios compilados, hay cinco canciones mexicanas, cada una presente en la memoria de los mil 135 campos de reclusión.

Una de ellas es Volver, popularizada por Vicente Fernández, que se mantiene en la memoria de Jorge Montealegre Iturra, detenido en el Campamento de Prisioneros Chacabuco, en 1974.

“Voy camino a la locura y aunque todo me tortura, sé querer”, dice la canción de 1972.

Montealegre ironizó con la frase que alude a la locura y a la tortura, en memoria de las vivencias en calidad de preso.

En su testimonio, conecta la canción del maestro de la música ranchera, con Volver, del maestro del tango, Carlos Gardel.

Para él, había risas autoirónicas en la frase: que veinte años no es nada, “en una situación de  incertidumbre en la que nadie sabía cuánto tiempo iba a estar preso”, dice Montealegre, quien estuvo recluido en el Campo de Prisioneros Chacabuco, donde el número oficial de presos políticos variaba de 600 a mil y estaba a cargo de la Primera División del Ejército de Antofagasta.

No marques las horas

Dentro de las celdas, patios o muros que construyó el régimen que duró hasta 1990, cada verso cobró un sentido diferente.

Ana María Arenas recuerda que ya detenida, en diciembre de 1974, cantó la canción El Reloj, del tamaulipeco Roberto Cantoral.

“Reloj, no marques las horas, porque voy a enloquecer/ Reloj, detén tu camino porque mi vida se apaga”, ya no es más una canción de amor hacia la mujer amada.

Ana María estuvo presa en la Venda Sexy, un lugar que se especializó en torturas de tipo sexual, donde las vejaciones eran prácticas comunes de los guardias hacia las detenidas.

“Si Adelita quisiera ser mi esposa/y si Adelita ya fuera mi mujer/le compraría un vestido de seda/ para llevarla a bailar al cuartel”, esta canción sobre las soldaderas de la Revolución Mexicana la montaban para cantarla en el show semanal de los prisioneros de Chacabuco, como recuerda Luis Cifuentes Seves.

Para Marcia Scantlebury, la música era una forma de no derrotarse con la depresión y un destino desconocido. Con su amiga Miriam cantaba Échame a mí la culpa, en el Campamento de Prisioneros Cuatro Álamos, un centro de incomunicación con 12 celdas pequeñas a cargo de la Dirección de Inteligencia Nacional (Dina), la policía secreta de Pinochet.

Beatriz Bataszew Contreras recuerda que a algunas mujeres presas les cantaban Las Mañanitas. Ella estuvo en Tres Álamos, un campo administrado por carabineros, usualmente llegaban ahí después de haber sido interrogados, según el archivo Memoria Viva.

Se estima que por Tres y Cuatro Álamos pasaron la mayor cantidad de presos políticos, con más de seis mil personas.

“La música les ayudaba a mantener un sentido de normalidad, era un medio para preservar la dignidad y esperanza, distraerse y comunicarse con otros reclusos y el mundo exterior”, expresa la plataforma, disponible en inglés y en español con el fin de alcanzar la mayor cantidad posible de lectores.

Historias con H minúscula

El 11 de septiembre de 1973, tropas y aviones militares atacaron el Palacio de la Moneda con el fin de derrocar al presidente chileno Salvador Allende.

Tras este golpe, se estableció una junta militar liderada por Augusto Pinochet. Mientras, el mundo vivía entre los dos polos de la Guerra Fría, según describe la historia.

En este contexto, los presos de la dictadura cuentan sus relatos cotidianos.

“El tipo de historias que nosotros tenemos son historias con h minúscula. No son Las Historias. Aunque hay referencias a eventos como el bombardeo a la Moneda o el golpe, son historias cotidianas, son historias de resiliencia”, explica a Excélsior Katia Chornik, editora general de Cantos Cautivos, quien conceptualizó el proyecto como parte de su posdoctorado en la Universidad de Manchester entre 2013 y 2016.

Jesse Freedman, subeditor de Cantos Cautivos, coincide que la música que figuró en los campos de detención no destaca en la historia oficial del golpe y sus consecuencias.

“La música específica en la detención no forma parte de la historia grande, porque las memorias sobre la violencia fueron historias más importantes para llamar la atención al proceso de repasar sobre la memoria de la dictadura”, dice a este diario.

“Hacer un diálogo entre las memorias cotidianas con las memorias estatales u oficiales es una manera importante para entrelazar dos tipos de memoria. Ambos son importantes. Este archivo es un enlace entre la memoria estatal y las memorias cotidianas”, comparte el etnomusicólogo y académico que se sumó en 2020 al proyecto.

Katia, quien se ha especializado en la historia cultural latinoamericana de los siglos XX y XXI, compartió los diversos motivos de los sobrevivientes de la dictadura para externar sus testimonios.

Incluso hay personas que la primera vez que hablaron de los abusos fue para Cantos Cautivos.

“Siendo que la gente había sobrevivido, qué valor tiene eso frente a la memoria de los desaparecidos, de los ejecutados, de las víctimas, ejecutados”, agrega Chornik.

En Cantos Cautivos, presentado al público en 2015, hay canciones de protesta, pero también hay boleros, baladas.

“En Colonia Dignidad, tocaban mucho El Lago de los cisnes de Tchaikovsky. Era muy repetitivo. A varios compañeros le recuerda la tortura. No es muy agradable para nosotros escuchar esta obra en esta instancia de la vida”, recuerda César Montiel.

“Los testimonios funcionan como un tipo de biografía”, concluye Freedman.

Voces que sobreviven

Recopilación de testimonios de víctimas que permanecieron en los  campos de reclusión instalados por todo el territorio chileno, luego de la implementación de la dictadura militar que encabezó Augusto Pinochet, según registra el libro Cien voces rompen el silencio, editado por la UACM y el Fondo de Cultura Económica.

La profesora que murió en un hospital de la CDMX

Por Roberto Rebollo

Rosetta Pallini González tenía 22 años y era maestra de educación física cuando ocurrió el golpe militar contra el gobierno de Salvador Allende en Chile, del que hoy se cumple medio siglo.

La combatiente de la resistencia chilena era estudiante de la Universidad de Chile y se caracterizó por ser militante activa del Movimiento Izquierda Revolucionaria.

Luego del golpe perpetrado por el jefe militar, Augusto Pinochet, ocurrido el 11 de septiembre de 1973, se produjo un éxodo de refugiados chilenos hacia México.

Además, el partido al que estaba afiliada Pallini comenzó a ser blanco de persecución y sus miembros fueron hechos prisioneros.

La mujer fue detenida en su domicilio por miembros de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) en septiembre de 1973.

Fue detenida junto con su hijo de seis meses de edad, sus familiares y compañeros de partido.

La mantuvieron recluida en un cuartel del ejército que era utilizado como casa de tortura, para después ser llevada al campo de prisioneros Tres Álamos donde fue sometida a una serie de vejaciones.

Ese es uno de los mil 135 centros de detención y tortura instalados a lo largo de todo el territorio de ese país, según el conteo incluido en el libro Cien voces rompen el silencio, editado por la UACM y el FCE.

Tres Álamos, que comenzó a operar en junio de 1974 en Santiago, albergó a unos 400 detenidos, quienes llegaban ahí después de haber sido interrogados y haber permanecido desaparecidos durante algún tiempo, de acuerdo con Memoria Viva, un archivo digital que registra los abusos cometidos bajo el gobierno de Pinochet.

Finalmente, luego de sufrir tortura corporal y psicológica, Pallini fue expulsada a México en condición de exiliada junto con otros 94 chilenos en marzo de 1975.

La joven arribó a tierras mexicanas con severos estragos físicos, por lo que fue necesario brindarle atención médica urgente.

Se mantuvo en observación en el Hospital General por varias semanas hasta que, su salud se deterioró y, tras ser sometida a una cirugía murió de un paro cardiaco el 2 de agosto de 1975.

Días antes de su muerte, Pallini dejó un documento de denuncia ante las organizaciones de derechos humanos internacionales, y un audio en el que detalló su testimonio sobre los abusos que vivió en Chile junto con sus compañeros de partido, quienes permanecieron en calidad de desaparecidos sin que hasta la fecha se conozca su localización.

“En el testimonio escrito por Rosetta pide a los organismos internacionales salvarles la vida (a sus amigos detenidos), conocer su paradero y por último que sean devueltos a sus familiares”, según consta en las versiones periodísticas de Excélsior de la época.

Debido a la lucha que emprendió en favor de la reinstalación de la democracia, así como la manera como se dio su fallecimiento fuera de su hogar, es considerada una combatiente de gran relevancia que dio su vida para la causa del país sudamericano.

El de Pallini sólo es uno de los miles de casos de violación a derechos humanos perpetrados por la política dictatorial en Chile durante el mandato de Pinochet.

A la larga lista de crímenes cometidos por la Junta Militar Chilena, se sumaron, persecución, tortura y desaparición, por lo que, miles de personas acusadas de pertenecer a grupos extremistas perdieron la vida en prisiones clandestinas.

El sos que Julio Cortázar envió a Excélsior

En octubre de 1973, una misiva firmada por intelectuales y escritores hispanos denunció los horrores que surgieron tras el golpe

Por Roberto Rebollo

Luego del golpe militar contra el gobierno de Salvador Allende, en Chile, el escritor argentino Julio Cortázar se sumó a las voces de condena que resonaron en diferentes sectores.

A través de una carta enviada a Excélsior, el autor expresó su rechazo a la violencia política desatada en el país andino.

“Algunos de los firmantes, que conocemos la trayectoria de Excélsior, hemos estimado que debíamos hacer llegar este documento… entendemos que también puede ser útil a través de la prensa latinoamericana”, se puede leer en el comunicado publicado en este diario el 9 de octubre de 1973.

El documento, originalmente dirigido a diferentes diarios parisinos, tenía la finalidad de dar a conocer la realidad de la alarmante situación vivida hasta ese momento en Chile. A través del escrito se tenía el objetivo de reunir fondos para ayudar a los chilenos afectados.

La carta señaló a la Junta Militar como principal responsable de los actos de odio cometidos contra distintos sectores de Chile, entre extranjeros, periodistas, y ciudadanos inocentes.

“Todo el mundo sabe que víctimas del odio clasista y chovinista encarnado en los golpistas, millares de chilenos y de extranjeros han sido asesinados casi siempre a sangre fría”, reza el documento fechado en la rue de l’Éperon, a menos de un kilómetro de la catedral de Notre Dame.

El documento alertó sobre los centenares de asilados provenientes de la nación chilena en países que abrieron sus puertas ante la emergencia política. Los autores, a través de la pluma de Cortázar, hicieron un llamado a las naciones a solidarizarse con la tesitura del país sudamericano.

“Más de siete mil personas están hacinadas en dos estadios de Santiago, donde se llevan a cabo torturas y ejecuciones en este mismo momento”, agregó la carta.

La versión íntegra del texto está firmada por más de 30 personalidades del ámbito intelectual de Latinoamérica, entre quienes destacan los nombres de Carlos Fuentes, Gastón García Cantú, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, José Revueltas, Vicente Rojo, Jesús Silva Herzog y Mario Vargas Llosa.

“Nos comprometemos a sostener por todos los medios la resistencia del pueblo chileno, y a hacer todos los esfuerzos posibles para que cesen las torturas y los asesinatos a fin de que aquellos que lo deseen puedan abandonar Chile”, concluye la carta.

Verónica Mondragón

Fuente: Excelsior