Alvaro Aragón Ayala
Fue un crimen impune. Vil asesinato. El paso del tiempo no ha logrado borrar el proditorio homicidio de Aarón Flores Heredia, jefe de información de El Debate de Los Mochis. El atentado sacudió en el año 1980 a la opinión pública. El asesinato fue perpetrado cuando gobernaba Sinaloa Alfonso G. Calderón Velarde.
El crimen de Aarón Flores se sumó, en aquel entonces, a una serie de asesinatos de periodistas cometidos en el territorio nacional y en diferentes países del mundo. Hoy forma parte del catálogo de homicidios de comunicadores al que, si no es que semanal o mensualmente, se suman otros atentados contra periodistas.
Cada vez que se registra el asesinato de algún comunicador o comunicadora, se levanta la voz del gremio periodístico estatal, nacional e internacional, pero después vienen los espacios del silencio. El olvido. La impunidad impregna o devora las “investigaciones”. De cada 10 asesinatos de periodistas, solo uno se esclarece.
El proditorio crimen
Aarón Flores Heredia fue asesinado la madrugada del 7 de junio de 1980. Ese día, Día de la Libertad de Expresión, llegué a las 8 de la mañana, presuroso, a las instalaciones El Debate de Los Mochis en el cual laboraba; saludé al personal administrativo y al subdirector, Cenobio Valdez Delgado.
Ahí, en las oficinas administrativas, pregunté: ¿Ya llegó Aarón Flores? ¿Ya se reportó? El personal de contabilidad me miró perplejo, atónito. Permaneció enmudecido. Nadie contestó. Me di cuenta que algunas lloraban.
Cenobio Valdez me tocó el hombro izquierdo y me dijo: “nos lo mataron Álvaro”. Quedé helado.
Mi ingreso a El Debate de Los Mochis se había producido seis meses antes con privilegios que desencadenaban bromas de mis compañeros reporteros. Acababa de llegar de la Ciudad de México y sin ningún obstáculo abordé en su oficina a Cenobio Valdez y le pedí trabajo. Me preguntó si ya había reporteado y le contesté que no.
Cenobio se me quedó viendo fijamente. Tardó unos dos minutos en contestar ¿De dónde eres?, me inquirió. Le di santo y seña de mi lugar de origen y mi paso por varias ciudades y le narré mis peripecias en la Ciudad de México y mis proyectos, mi intención de trabajar como reportero de El Debate. No reparó ni un instante. Se levantó de su asiento y juntos acudimos al cubículo de Aarón Flores Heredia, jefe de información. Le comunicó que me sumaba al equipo y le pidió que me ayudara. Le dijo que traía ganas de trabajar.
Por la sala de redacción circulaban Jaime Pérez Rocha, Francisco -Pancho- Trujillo, Gregorio Medina y Octavio Domínguez, entre otros. Las glorias de las fotografías periodísticas se les repartían los hermanos Francisco y Oscar Guerrero y Oscar – “El Gordo”- Veliz y los hermanos Valdez. La dirección del diario estaba a cargo de Lorenzo Valdez López. En Culiacán dirigía el rotativo José Ángel Sánchez López.
Desde ese día, el día de mi ingreso a El Debate, me convertí en compañero inseparable de Aarón Flores. Por la noticia de su asesinato, así, soltada a boca de jarró, entré en shock. Del miedo pasé a la angustia y de ahí al coraje y la impotencia. En seis meses de quehacer periodístico, en seis meses de trabajo reporteril, de estar pegado a la redacción, me di cuenta de los riesgos que implicaba el trabajo de la comunicación. De la denuncia pública.
Media hora duré en silencio con Cenobio Valdez. En media hora me serené. “El periódico tiene que seguir editándose”, me dijo Cenobio. Horas después acompañé a Gregorio Medina, que cubría la fuente policiaca, a ver el cadáver de Aarón que había sido colocado en una fría plancha de la Funeraria Robles.
Aarón fue asesinado en las cercanías de las faldas del cerro de La Memoria y el estadio Emilio Ibarra Almada, junto con Gabriela Ochoa Villaverde, formadora del periódico El Gráfico. Ahí, entre unos matorrales, había sido torturado y asesinado de un balazo en la cabeza. Junto a él, yacía el cuerpo de Gabriela. Los dos habían sido “levantados” la noche del 6 de junio en las cercanías de El Gráfico.
Idelfonso – “Poncho”- Salido Ibarra acababa de adquirir la mayoría de acciones de El Debate. Su anterior dueño, Manuel Moreno Rivas, cedía estratégicamente el control del diario a sus nuevos propietarios.
El asesinato de Aarón Flores Heredia y Gabriela Ochoa desencadenó la inconformidad y protesta del gremio periodístico y sacudió la opinión pública. La percepción de los lectores y la sociedad era en el sentido de que la orden de su ejecución había partido del gobierno de Alfonso G. Calderón y que los homicidas podrían haber sido agentes judiciales o municipales.
La Procuraduría de Justicia en respuesta a las manifestaciones ciudadana y de los comunicadores y de las sospechas públicas y acusaciones “de café”, nombró un fiscal especial para que se encargara de la investigación de los homicidios.
La primera entrevista en torno al crimen concedida por el entonces gobernador Alfonso G. Calderón, la concedió a un servidor, de El Debate, y a Víctor Islas, de El Diario de Los Mochis. El mandatario condenó el crimen y fijó un plazo de 72 horas para esclarecerlo.
De Culiacán partió a Los Mochis José Ángel Sánchez, quien se le pegó como lapa a los jefes policiacos. No perdía detalles de la investigación. Gregorio Medina cubría la información del fiscal especial. José Ángel le supervisaba el trabajo periodístico y encabezaba la exigencia del esclarecimiento del homicidio.
Por una llamada telefónica anónima se supo que en el penal de Los Mochis un reo decía que él sabía quiénes habían sido los autores del crimen. No se encontraba en esos momentos José Ángel Sánchez en Los Mochis: se manejó como confidencial la información; nadie de los periodistas “colmilludos” quiso ir a entrevistar al preso, así que Isabel Ramos Santos, el gerente (que después dirigió toda la cadena de El Debate), me pidió que fuera.
Ingresé a la cárcel. Me entrevisté con el reo y me solicitó apoyo para salir libre, exonerado del delito que se le imputaba, a cambio de dar datos en torno al crimen. Tras el encuentro con el reo, los custodios me llevaron ante el director del reclusorio, Atilano Serrano, quien me interrogó largo y tendido. Quería saber que le pregunté y que me dijo el interno. Jamás le dije de que se trataba, pero lo intuía.
Atilano Serrano me orientó “Estás joven; no te metas en las patas de los caballos. En esos temas ni yo me meto”.
El asesinato de Aarón Flores Heredia y Gabriela Ochoa no ha sido esclarecido. Continua impune. Desde el principio, una “cortina de humo” cubrió la “investigación. Se llegó a sospechar que los jefes policiacos o estaban involucrados o sabían quién había matado al jefe de información de El Debate.
El recuerdo del crimen de Aarón Flores viene a la memoria por los asesinatos de los periodistas Lourdes Maldonado, Margarito Martínez y José Luis Gamboa, perpetrados en tan solo una semana, desatando la movilización y la protesta a nivel nacional y estatal de los comunicadores.
La impunidad y los crímenes
Para quienes bregamos en la comunicación, en el ejercicio del periodismo, no es casual sumergirnos en manifestaciones de rechazo a la violencia cada vez que se asesina a un periodista o algún defensor de los derechos humanos.
La experiencia nos lleva a la conclusión que la impunidad, los crímenes sin esclarecer, cometidos no solo contra comunicadores sino de toda clase de ciudadanos, resulta un incentivo para que asesinos en activo o en potencia perpetren más homicidios, pues es bastante baja la probabilidad de que sean identificados, capturados y llevados a juicio.
La impunidad deteriora el Estado de derecho, quebranta la convivencia civilizada, burla los legítimos anhelos de justicia, alimenta las tentaciones criminales y provoca en los habitantes la sensación o percepción de que los a responsables de perseguir los delitos no les importan en realidad cumplir con su función y a los gobernantes tampoco les importa que lo hagan.
Dentro de una cultura de la impunidad, se afianza un efecto negativo sobre la libre circulación de ideas e información y obviamente contra la práctica del periodismo. Esta cultura arrebata a las personas su capacidad para participar plenamente en la toma de decisiones sociales, elemento esencial de una democracia saludable.
La impunidad está generando una escalada de asesinatos de periodistas….
.