Performance con Body Art del que solo van a quedar fugaces y confusos registros en la memoria navachistera
Irrumpen en el interior del alma.
Justo es la hora de la comida.
Al sonar la campana, desquician y someten.
Fugaz intervención que atraganta el bocado.
Por Eduardo Sánchez Encinas
Isla de Los Poetas, Navachiste, Guasave, Sinaloa. – El viento reacomoda la escena de la eterna Semana Santa. Son flashazos que se aquietan en la memoria. Uno que otro celular robó momentos. Le distrajo la vista.
Años que se vuelven segundos. Ellas y él son esfinges volátiles que el ardor de la playa les arrebata el color apenas pintado hace unos minutos. Son resultado del etéreo Body Art navachistero, mancha insana y volátil que solo busca evaporarse.
Gisela, Alina, Ibet y Alejandra toman por asalto el comedor, lo someten como Ninfas Inspiradoras. Otra alma de tiros rojos revolotea distraída por ahí.
Los sorbos de caldo quedaron a medio camino. Atorados en el gaznate.
Dos horas antes
La vida es bella,
en Navachiste más
Toda pasa a un lado…
El tiempo todo desmorona. El soplo del aire corroe y limpia. El color sabe irse porque en Navachiste es efímero. Se cuartea la piel, debe diluirse tras las palabras. Es la resurrección. Solo debe sobrevivir San Beodo. Patrono de la bohemia y la borrachera. El ritual lleva su insignia.
Gisela es una tempestad, que, con su expresión, llena más que el caldo de ese día. Pone la palabra en alto. Sus cuerpos, custodios momentáneos de rojos, azules y blancos, no pueden ser un bocado a la hora de la comida. Ella, claro, hace más que cantar.
Paaasaaaaasteeee aaaa miiii laaadoooooo, coonnn graaannn indiferenciaaaaa,
Tus ojos ni quisieraaaaaaa voltearon hacia miiiiiiiií
Te viiií siin que meee vieeeeraaaaas,
Te hableeé siiin que me oyeeeraaaaas
Y toooodaaa mii aaamaaaarguuuraaaa
Seee ahoooooogoooó dentroooo deee miiiiiiiiií.
Ibet se desprende del espejo de su mano para volverse letras. Su sutil cáscara blanquecina y roja se craquela. Las palabras que cruzan su cuerpo ahora salen de la boca.
“Hoy salimos a comernos el paisaje…”, dice mientras se desprende de ese artefacto en el que se veía desde hacía unos minutos.
El calor volatiza las palabras.
“Su hilera de casitas lloronas… Hoy salimos a comernos las casitas… Cuerpo adentro, el paisaje se humedece…en la carne tierna del deseo laten las gargantas de los perros y en la boca el asombro resplandece…”, continua Iveth esparciendo ese polvo de emociones sobre las mesas hasta que Gisela regresa del olvido que le entibiaba el alma. Su voz vuelva a explotar.
Me dueeeele hasta la viiidaaaa,
Sabeeeer que meee ooolvidasssteeee,
Peeeensar que niii deeeesssspreeeeciooooossss,
Meereeezcaaaa yoooo de tiiiiiií.
Bocados sin tiempo
Caldo del olvido y el sobresalto
Limón en la cuchara, en los ojos.
Pretexto para las lágrimas.
Sorbo detenido, apurado, confuso.
Alina cubierta por un desquiciado blanco, se desliza entre las mesas y sillas del comedor. El poema de Alejandra tiene poco de agitar la escena del convite. Una roja mancha es su boca. Roja es ella toda. Ale de pronto también sale de su espejo y se impone al motor de la bomba de la cocina. Acalla su ronco ronroneo para soltar la historia de su agresión.
“Casi siempre me desconozco viva/ Alguien me violó/ Me quitó la privacidad que me rondaba como humo/ mis derechos que se suponían inherentes/ también mi lado izquierdo/ que era el experto en cuestiones del sentir/ y al final/ me dejó más muerta que viva”, dice con inquietante poderío.
Alina invade privacidades, sigue metida en la arena. Esa alma herida gatea y resbala. Alejandra tiene ese arrebato poético que le da vida. Bucólica presencia. La gente aún no sabe lo que ocurre.
“¡Me violaron ¡/ Así como te lo digo/ no trates de taparte los oídos/ huele la verdad que me emputece/ y tú/ si eres parte de estas mismas heridas/ no te calles lo que yo…
¡Me violaron ¡/ Repito/! Me violaron ¡/ Y lo peor de todo/ no soy ni seré la única/ a la que dejen más muerta que viva/ pero, por si me matas/ yo ya sé lo que es la muerte/ ¡ Jó-de-te ¡/ porque yo/ no callaré nada”.
Apenas esas letras corrían en el viento cuando Alina, Ibet y Gisela eran mantos a alrededor de Alejandra.
El desconocido número uno es un personaje, y la verdad se ganó a pulso el anonimato. Lo exigió a gritos. Se mantuvo en el limbo. Bailoteo con una silla y huyó de la procesión. Unas pocas palabras, dijo para desaparecer.
El tiempo caminaba, apenas o como siempre. La canción parecía eterna, una y otra vez. Historia que se repite. Cien años de soledad sin Macondo. La insoportable levedad del ser y su eterno retorno.
Así, presentaban a San Beodo en la barra del antiguo bar de Navachiste. Las Ninfas le dieron el mejor de los tributos por la playa.