Alvaro Aragón Ayala
En la dinámica de “usarlos y desecharlos”, que es lo más lógico, en la accidentada ruta del 2024 los personajes dados a la deslealtad y convertidos en nuevos adeptos guindas, presumen que el partido Movimiento de Regeneración Nacional integrará a sus desordenadas filas un sector o una corriente de traidores, con desertores por oportunismo y conveniencia de otros partidos políticos.
Morena es un movimiento-partido sin estructura territorial en Sinaloa. No ha logrado integrar su Comité Directivo Estatal ni sus 18 comités municipales electorales. En la práctica es un instituto en donde abundan los generales sin ejército y los líderes de mesa de café sin arrastre o convocatoria social, a los que se suman ya una casta de hipócritas y vendidos.
Los triunfos apabullantes de Morena en Sinaloa, los del 2018, fueron logrados por la cascada de votos que generó Andrés Manuel López Obrador, quien disputó por tercera ocasión la presidencia de la República; en el 2021, la victoria de Rocha obedeció a la alianza Morena-PAS y al “fenómeno AMLO”. Rocha compitió por tercera ocasión por la gubernatura.
Morena-Sinaloa es una paradoja y un galimatías compuesto por jubilados universitarios, ex perredistas, excomunistas, exguerrilleros, ex priistas, ex panistas y toda clase de ex. La gerontocracia se impone sobre las torcidas “directrices” de las diferentes tribus. Al interior y exterior los grupos se disputan con fiereza las posiciones políticas.
En los últimos días, una “clase política” se viene hipotéticamente empoderando en el partido guinda haciéndole creer que desplazará a los fundadores y militantes conspicuos de Morena que hacen cola en espera de oportunidades para ser nominados candidatos a regidores, alcaldes, diputados locales o federales. Se trata de una corriente de traidores sacados del PAS y otros más del PRI que siguen con el disfraz tricolor sobrepuesto.
Aunque en Morena no tienen futuro, según las propias palabras de la alcaldesa de Cosalá, Carla Úrsula Corrales Corrales, la “línea” de la traición la traza el secretario general de Gobierno, Enrique Inzunza Cázarez, con quien ofrece conseguir entrevistas –dice- en el Tercer Piso, a quienes acepten subirse al “carro de la traición”. En voz de Úrsula, la estrategia fue llevarse a Morena primero a diputados y alcaldes traidores y ahora van por los regidores del PAS y el PRI.
El Movimiento de Regeneración Nacional no se ha conformado como un partido político por el espíritu disruptivo de quienes se dicen líderes o jefes de grupo, tribus o clanes que temen perder espacios o márgenes de operatividad en el reparto de posiciones político-electorales y administrativas. La ausencia de comités municipales y del comité directivo les da la oportunidad de moverse bajo la premisa de la directriz personal, no institucional.
Morena tampoco se ha estructurado porque vive en constante pugna interna y porque en la dinámica del “divide y vencerás” a los alcaldes, diputados federales y locales, no le conviene darle forma de partido organizadamente constituido ya que la integración de los Comités Municipales y del CDE obligarían a sacar candidatos de las asambleas municipales y de la asamblea estatal, no tanto de las cúpulas de los gobiernos morenistas.
Así, sin la constitución de Morena los presidentes municipales, legisladores locales y funcionarios del gobierno estatal operan como “bloque de concentración del poder” que lo mismo golpea a sus miembros incómodos, rompe acuerdos de coalición y fustiga a sus aliados, sumando ahora a sus filas a los traidores que recoge de otros partidos, ofreciendo la percepción de desespero por someter y “limpiar” el camino electoral rumbo al 2024.
Los dueños de Morena envían la lectura a la sociedad y a la clase política de que no son confiables en los ejercicios de los pactos políticos y de que prefieren transitar apapachando temporalmente a los traidores del PAS y del PRI que constituir un proyecto político de largo alcance, con más fortalezas que debilidades. En fin, el plan ajustado para los traidores es su “uso o desecho”, como si fueran papel de baño, haciéndoles creer que la perfidia es un “don” privilegiado que hay que premiar.