Carlos Ramírez.
Como todo quinto año de gobierno, el gobierno en turno enfrenta este 2023 el escenario decisivo de su sobrevivencia o de su agotamiento: le ha ocurrido a todos los presidentes en turno desde Gustavo Díaz Ordaz hasta Enrique Peña Nieto y por las metas de reorganización sistémica le tendrá que ocurrir al presidente López Obrador.
La propuesta de la Cuarta Transformación fue solo una figura retórica y los cambios en estructura del sistema de toma de decisiones se agotaron solo en el reforzamiento del enfoque social del programa de gobierno lopezobradorista basado en los subsidios sociales a costa de la economía productiva, además de emprender cuando menos cuatro proyectos de infraestructura que se han llevado contra viento y marea y sin convencer de sus bondades, lo cual nos hace aparecer conflictivos para una continuidad transexenal.
En este contexto, el 2023 será el año del presidente López Obrador y toda la vida política nacional girará en torno a su decisión adelantada de la primera etapa de la sucesión presidencial con la terna conocida de precandidatos, aunque con indicios de que podrían existir una segunda y hasta una tercera terna, mientras que en el lado opositor no solo no existen figuras relevante sino que todos los días se tambalea la alianza opositora que había logrado consolidar una coalición conservadora conducida por Coparmex-Claudio X-PRI-PAN-Partido de Los Chuchos-INE-Casa Blanca.
La estrategia política cerca del presidente de la República se basa en la polarización, que por cierto fue una estrategia del PAN en los años setenta para construir un discurso contrario al dominio ideológico del PRI. En los hechos, no se ha tratado de una polarización ideológica izquierda-derecha, sino de la división nacional en los bandos oficialista priista y opositor con los demás.
El 2023 como quinto año de gobierno lopezobradorista se parece mucho al 1969 de Díaz Ordaz, al 1975 de Echeverría, al 1987 de Miguel de la Madrid y al 1993 de Salinas de Gortari: un presidente de la República muy fuerte frente a una oposición fragmentada y el rumbo de la economía de Estado como el centro del debate.
El presidente López Obrador tiene todo el control del rumbo político del país, de los instrumentos de poder y de la agenda mediática, sin que la oposición haya podido consolidar siquiera un estado de ánimo, a pesar de los éxitos mediáticos en movilizaciones sociales contra López Obrador, pero sin generar tendencia electoral en las encuestas.
Como en todo escenario político previsible, lo único que puede mover el escenario lopezobradorista está en situaciones imponderables que escapan del control del Palacio Nacional y tendrían que ver con rupturas sociales graves o con la aparición de denuncias que pudieran descarrilar a algunos de los precandidatos de la primera terna.
El proyecto de gobierno del presidente López Obrador no fue ningún cambio de régimen, de sistema o de Estado, sino la argumentación retórica del cambio –como en los tiempos de Fox– para intentar vender la idea de una nueva reorganización del aparato político y económico del poder. El proyecto económico lopezobradorista responde al esquema teórico fijado en 1972 por el politólogo Arnaldo Córdova en su ensayo La ideología de la Revolución Mexicana: un sistema de tipo populista, basado en la actividad reguladora social del Estado en un aparato que convirtió –desde el cardenismo– al proletariado en una masa y no en una clase productiva.
En este contexto, el escenario sucesorio el presidente López Obrador se moverá en los parámetros conocidos de 1975 para frenar el populismo echeverrista y en 1987 para descarrilar el proyecto neoliberal de la Madrid-Salinas de Gortari, En ambos casos utilizando el poder de la Presidencia para confrontar, desactivar y debilitar a los opositores a la continuidad de los dos más importantes proyectos de desarrollo en los que se mueve de manera pendular el país desde 1970.
La apuesta del presidente López Obrador descansa en la experiencia de los regímenes políticos de Estado sobre las dificultades de cohesión de la oposición por la falta de una ideología coherente y sobre todo por los intereses de los grupos políticos detrás de las presuntas coaliciones opositoras. El éxito del grupo Va por México en 2021 se deshizo en 2022 por la ambición del presidente nacional del PRI, Alejandro Moreno Cárdenas, por la incorporación a la alianza de los funcionarios del INE violentando su imparcialidad para frenar al grupo lopezobradorista y por la búsqueda del padrinazgo del Gobierno de Estados Unidos para enfrentar la fuerza política del presidente mexicano.