Corremos el riesgo de que, ante tanta desesperación por cortar listones ante del fin de sexenio, no se cuiden todos los aspectos de seguridad.
El signo más elocuente del fin de sexenio es cuando las amenazas del Presidente dejan de asustar a la sociedad. La Suprema Corte de Justicia de la Nación avanzó en un posicionamiento independiente con relación al Poder Ejecutivo, rompiendo con su Presidencia anterior. La Corte se prepara para la agenda más importante en muchas décadas. Debe decidir qué hacer con la Ministra Esquivel quien plagió su tesis de licenciatura, seguramente en complicidad económica con la supervisora del trabajo.
Y tendrá que decidir sobre las impugnaciones al Plan B sobre la reforma al INE (que no una reforma electoral) avalada por el Congreso, con la oposición en contra. Dos tareas inmediatas que definirán, para el futuro, el carácter de independencia que deberá existir entre los Poderes del Estado mexicano.
Después vino el intento de encubrir las fallas en la administración de la Ciudad de México. Singularmente, ante las crisis recurrentes en la operación del sistema de transporte masivo conocido como Metro.
El último accidente provocó una muerte y decenas de heridos. Para encubrir las fallas de fondo resultantes de la falta de presupuesto en el mantenimiento del sistema y la austeridad en el gasto, que son culpa directa de la administración actual, el gobierno de la ciudad se movió al terreno de las acusaciones. Alegando “ocurrencias sospechosas” sugirió, irresponsablemente, la existencia de eventos terroristas en el Metro para dañar al gobierno local. Es decir, se lavó las manos de cualquier responsabilidad del “incidente”.
Acto seguido, se destinaron más de 6,000 elementos de la Guardia Nacional para enfrentar la “amenaza terrorista” diseñada para descarrilar la precandidatura presidencial de la jefa de Gobierno. Ese sería el supuesto plan del complot recientemente descubierto. Pero lo importante es la respuesta de repudio por parte de los usuarios del Metro. Sintiéndose agraviados, han habido manifestaciones de rechazo a la presencia de los militares en todas las estaciones del Metro.
La respuesta ciudadana a la militarización para encubrir a los verdaderos responsables es lo que irrita y mueve a la sociedad a protestar, a veces violentamente, contra las prácticas de un gobierno que piensa que militarizar los problemas es la vía para su resolución.
La lógica militarista es una que, en sí misma, encierra su propia derrota. El pensar que militarizando las instituciones se van a reducir las resistencias sociales de los problemas que van surgiendo en el trayecto de la vida útil de un gobierno es completamente equivocado. A la par de ese proceso, simplemente crecen las resistencias. Y la hipocresía del gobierno se hace cada día más evidente.
Un caso que ilustra lo anterior es el caso de la caja negra del convoy. El gobierno denunció que “la había encontrado en una camioneta, para ser escondida de la autoridad”. Paranoia, conspiracionismo puro. El Sindicato de Trabajadores del Metro aclaró que ello no era cierto. Que los trabajadores, siguiendo el protocolo para estos casos, habían removido la caja negra del tren accidentado y lo subieron a una camioneta del Sistema Metro para su traslado a talleres a fin de proceder a su análisis.
Para encubrir sus errores e improvisada gestión, el gobierno inventó un cuento de complot y terrorismo. ¿Por qué lo hace? Porque los tiempos acelerados hacia el final del sexenio ya han descubierto, inopinadamente, las graves fallas de una gestión de gobierno. Dedican más dinero a ganar las próximas elecciones que a cuidar la salud y seguridad de los ciudadanos.
Por cierto, corremos el riesgo de que, ante tanta desesperación por cortar listones ante del fin de sexenio, no se cuiden todos los aspectos de seguridad, construcción con buenos materiales y la viabilidad técnica de las obras como el Tren Maya, la refinería Dos Bocas e, incluso, el AIFA y sus accesos. Es posible que se le entregue al próximo gobierno obras peligrosas, mal construidas y hechas al vapor y, por tanto, un peligro para la vida humana.
La angustia que provoca el implacable correr del reloj de este sexenio hace que las reacciones a las diversas situaciones sean cada vez más histéricas por parte del Presidente, de sus corcholatas y de Morena, el partido de un sexenio. Es probable que en los próximos meses, este bloque gobernante promueva una actitud cada vez más insolente, temeraria y retadora al resto de la sociedad, buscando intimidar y provocar una reacción de temor con sus amenazas.
Pero es ya demasiado tarde para eso. Ni siquiera el ruido de los sables servirán para acallar una sociedad cada vez más dispuesta a resistir la imposición de un régimen populista sui generis, apenas un remedo de bonapartismo mediocre e incapaz de diseñar políticas públicas eficaces.
Lo que ha logrado el Presidente es bajar el nivel técnico, cultural e intelectual de toda la burocracia estatal del país para que esté a la par con él. La desprofesionalización del Estado mexicano sorprende y preocupa a propios y extraños.
Ese nuevo nivel de pobreza de pensamiento se observó con toda crudeza en la reunión trilateral México-Estados Unidos-Canadá. El Presidente mexicano no era capaz ni de articular propuestas que tuvieran sustentabilidad ni hablar con coherencia sintética de lo que México quiere, mezclando la conferencia de prensa con una domesticada mañanera.
Claro, la situación es propiciatoria de muchos desmanes: desarticulación de políticas públicas, manejos discrecionales de recursos públicos y una notoria incapacidad de resolución técnica. De ahí la tentación de convertir todo conflicto o situación en un asunto político o de conspiraciones indescifrables, para encubrir los errores e incapacidades del régimen.
En este ambiente, como una llaga abierta para que todo el mundo la observe, se reduce la capacidad del Presidente de proponer, convencer e intimidar a la sociedad y a sus organizaciones. La disminución de la credibilidad de Ejecutivo federal y de su partido está impactando directamente en la confianza en sí mismos.
Y eso provoca la reacción que viene: un Presidente cada día más agresivo, fantasioso, insolente y amenazante. Porque sabe que ya no está funcionando el peso de la popularidad.
La militarización del Metro es el ejemplo más reciente que ilustra cómo la sociedad no acepta sus amenazas y se lo dice directamente en su cara.
Ricardo Pascoe
Fuente: El Heraldo de México