Los militares mexicanos enfrentan el desprestigio hoy como nunca desde aquel fatídico 2 de octubre de 1968.
Los militares mexicanos enfrentan el desprestigio hoy como nunca desde aquel fatídico 2 de octubre de 1968. Tuvieron que pasar décadas, y cientos de planes DN-3, para que el pueblo mexicano volviera a creer en sus Fuerzas Armadas, después de la masacre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Ese acto vil de cuerpos castrenses mexicanos y sus repercusiones los ha acompañado durante años con cuestionamientos, sospechas y repudio.
Apenas estaban recuperando su prestigio y buen nombre cuando lo acaban de perder por ambición de unos cuantos políticos y generales. Tlatelolco y Ayotzinapa son el crisol que define el carácter de las alianzas estratégicas de dos Presidentes mexicanos con las Fuerzas Armadas.
Pero, ¿cómo entender las crisis de los militares en 1968 y en 2022? En primer lugar a través del prisma de la misma ideología política predominante del partido en el poder en ambas fechas. La economía mexicana aspiraba a crecer hacia adentro, sin la participación extranjera, bajo una idea aislacionista. Predominaba una idea soberanista y de subsistencia autónoma en materia económica. Y políticamente la aspiración central era asegurar la hegemonía absoluta del partido único. El ideal era que no hubiera más que una corriente ideológica existente en el país y que fuera orientada por una opinión oficial sobre nación, soberanía y de economía cerrada.
En ese contexto, la ideología dominante no tuvo empacho en usar a las Fuerzas Armadas para imponer su orden cuando surgieron voces críticas, desde los ámbitos de la Universidad y desde la intelectualidad. El ejército sirvió, fielmente, para matar a estudiantes que protestaban contra la falta de democracia y libertades en México. Y pagó con décadas de oprobio social.
El paralelismo en la actualidad se refleja en las coincidencias político-ideológicas entre Díaz Ordaz y López Obrador. El actual Presidente aspira a una economía autosuficiente, en el abasto energético y de alimentos. Es una aspiración que va acompañada de un pensamiento soberanista y aislacionista. Es un ideal que considera, como se pensaba en los años sesenta, que es mejor estar solo que teniendo que convivir con otros, que significa resolver los conflictos que surgen al caminar juntos.
El aislacionismo es, hoy por hoy, una utopía. El pensamiento utópico, por singular que sea, siempre enfrenta los retos del mundo real, donde se tiene que escoger entre un inconveniente y otro. La utopía de la 4T anida en su seno un rechazo a la modernidad y a los cambios de la revolución tecnológica. El hackeo al ejército, y seguramente a PEMEX y CFE, viene de la convicción de que el gasto en seguridad es superfluo e innecesario.
Díaz Ordaz y López Obrador conciben a las Fuerzas Armadas como un instrumento que hay que usar contra sus enemigos para luego tirarlas al basurero de la historia, de nueva cuenta.
La utilización de las Fuerzas Armadas por parte del Presidente López Obrador es una vía con doble sentido. Las usa, y lo usan. El hackeo ha confirmado esto. El hecho de que el Presidente le confíe información sobre su salud al ejército, y a nadie más, es un signo de su confianza para con los militares (y de su desconfianza hacia el pueblo). Pero, al mismo tiempo, el hecho de que los generales sean los guardianes de sus secretos más íntimos les da un enorme poder sobre él. La capacidad de chantaje y presión al Presidente no tiene prácticamente límite alguno.
Es dable que los secretos más importantes no son sobre su condición médica (aunque sí había ocultado la gravedad de su estado de salud) sino sobre asuntos como su relación con el crimen organizado y sus instrucciones acerca de cómo administrar una relación tolerante con los cárteles, la manipulación y/o modificación de resultados electorales a favor de Morena y los negocios personales del Presidente, sus familiares y de los de altos mandos militares.
Los motores del desprestigio de los militares emanan de estas nuevas condiciones. El punto central es que aceptaron gustosamente la manzana envenenada que les ofreció el Presidente López Obrador. El veneno proviene de la oferta de poder económico y político a la cúpula militar a cambio de enrolarse de lleno en el proyecto político de la Cuarta Transformación.
Enrolarse en el proyecto de la 4T significa pactar con el crimen organizado, frenar cualquier avance de la oposición, realizar espionaje contra líderes de opinión que no son del afecto presidencial, apoyar fraudes electorales sin mover un dedo a favor de la legalidad y permitir la corrupción en las altas esferas propias y de la 4T.
Tanto el secretario de la SEDENA como el comandante de la Guardia Nacional han estado en eventos partidistas de Morena. A cambio de esa afiliación partidista, los generales están “a salvo” del escrutinio ciudadano por obra y gracia de los decretos de Seguridad Nacional que les permite gastar dinero público a manos llenas sin tener que rendir cuentas. Es decir, se ha creado una burbuja del gasto público donde la transparencia es inexistente.
Este 2 de octubre se rememora que militares mataron a sangre fría a estudiantes, cuyo número nunca se ha contabilizado con certeza, y provocaron con ello un proceso político que dominó en la sociedad mexicana y que, finalmente, terminó por transformar todo el sistema electoral.
En 1968 las Fuerzas Armadas fueron usadas por un presidente aislacionista y promotor de una modalidad de economía capitalista monopolista de Estado. No existían propuestas alternativas.
En 2022 se les usa de la misma forma por parte del poder presidencial. Pero hay diferencias importantes con la época de Díaz Ordaz. Aquel tenía delante de sí una sociedad poco organizada, no había partidos de oposición y el acuerdo con Estados Unidos era total.
Hoy, la situación es muy diferente. Hay una oposición activa, fuerte y movilizándose, no existe una relación cómoda con Estados Unidos y los generales no son los borregos pasivos que eran entonces. Hoy tienen poder político y económico, y quieren más, a cambio de su actuación a favor de las acciones y fantasías presidenciales. Queda al descubierto que así como asesinaron a estudiantes en 1968, también asesinaron estudiantes en Ayotzinapa.
Las Fuerzas Armadas siguen con el mismo ethos de represión. Matan a estudiantes y pactan con los narcos, antes y ahora. En 1968 y 2022 responden a Presidentes que avalan sus conductas. Anclados en un ideario común, Díaz Ordaz y López Obrador consideran necesaria la aniquilación de las oposiciones y usan a los generales para lograr sus objetivos. ¿Qué son 54 años de distancia, si siguen soñando con lo mismo?
La conversión de las Fuerzas Armadas en propagandistas de la 4T tienen un costo muy alto para la institución castrense. El rechazo social crece a partir de la militarización, por la información sobre su participación en el asesinato de alumnos de Ayotzinapa, por la corrupción dentro del gobierno y las Fuerzas Armadas y debido al uso deliberado de la polarización como pretexto para ejercer intimidación y represión contra opositores. En resumidas cuentas, este es el relato de un gobernante que quiere crear un régimen cívico-militar fincado en intereses económicos y políticos anclados en la corrupción.
Así como la represión del 2 de octubre de 1968 marcó el inicio de la gestación de fuerzas independientes y democráticas en México, debemos lograr que la deriva autoritaria en 2022 dé impulso a las fuerzas democráticas que tengan como agenda la consolidación de las libertades y el Estado de derecho en México. El reto es grande, pero alcanzable.
RICARDO PASCOE
Fuente: El Heraldo de México