Dicen que el peor dolor que puede tener una mujer que es madre ocurre cuando pierde.
Dicen que el peor dolor que puede tener una mujer que es madre ocurre cuando pierde a una o uno de sus hijos; ya sea por un accidente, por muerte natural o enfermedad, pero cuando esa pérdida es consecuencia de una desaparición, un homicidio o un feminicidio el dolor es mucho más grande, el duelo es doble y desde luego se trata de una experiencia que nadie quisiera vivir.
Por desgracia, por cada mujer desaparecida, hay una madre que vive y sufre por esa circunstancia, hay quienes no pueden manejar el dolor y caen en profundas depresiones, para las que el Estado y los gobiernos no ofrecen atención, es decir las dejan solas para que resuelvan ese como muchos otros temas.
Hay otras que lograr juntar esa tristeza, enojo, dolor e indignación y se convierten en buscadoras de sus hijas e hijos, y las vemos trabajando todos los días, son ellas las que nunca se detienen y las vemos en todas partes del país.
Hacer ese cambio de vida es enorme, implica dejar el hogar, el trabajo, lavar la ropa, limpiar la casa, preparar la comida, abandonar un trabajo de oficina, un negocio o un emprendimiento, incluso quitar tiempo al cuidado del resto de los hijos y, sustituir todas esas actividades por viajes en carreteras, por caminar largas jornadas bajo el sol o la lluvia, por reunirse con las autoridades, pero también solidarizarse con otras que tienen la misma pena.
Algunas se vuelven expertas en investigaciones, porque su objetivo es encontrar a sus retoños a como dé lugar, pocas son las que lo logran, y otras además de enfrentar su tristeza pierden la vida en ese compromiso de buscar, pero sobre todo de alzar la voz.
Recuerdo que durante los meses de confinamiento por la pandemia de Covid-19 tuve la oportunidad de ver el documental Las tres muertes de Maricela Escobedo me estremecí por la historia y la forma cruda de narrar todo lo que vivió aquella madre que se convirtió en incómoda para el Estado por exigir el esclarecimiento de la muerte de su hija.
Lo más dramático de ese documental es que en la actualidad las madres que buscan justicia para sus hijas golpeadas, desaparecidas o muertas se encuentran en todo el país, en algunos estados más que en otros, pero hacen el trabajo que en teoría correspondería a la autoridad. Ellas en lugar de llorar, actúan y exponen su vida.
De sus vidas, historia y dramas no enteramos en los medios, Aranza, Rosario, Teresa, María, Maricela, todas unidas por el mismo objetivo, todas con el mismo final. Ellas incómodas para el Estado, para los agresores o sus familias, e incluso para los grupos de la delincuencia organizada, todas mujeres, todas muertas porque resulta más fácil quitarles la vida y convertirlas en víctimas, que ayudarlas.
En el primer trimestre de este año se reportaron 220 feminicidios, además de las agresiones y desapariciones de mujeres, víctimas que no son buscadas con rapidez por la autoridad con el argumento de que se escaparon con el novio, se fueron con otro, o peor andan en algún reto de internet.
El tema comienza a crecer, desde hace unos meses hemos visto notas donde se da cuenta de las madres que desaparecen y lo más triste, y grave es que la indiferencia es la respuesta a este tipo de hechos. El mundo no las ayuda, no las escucha y las agrede, entonces ellas, las madres buscadoras terminan siendo victimizadas dos o tres veces, pero nadie o pocos se solidarizan con ellas.
Como sociedad tenemos mucho que aprender aún solo el trato digno y respetuoso a las mujeres, porque como leí hace unos días en algún sitio una mujer se hace feminista con su propia historia.
KAREN QUIROGA
Secretaria Nacional de Igualdad de Género del PRD
Fuente: El Heraldo de México