En febrero de 2006, el PAN gestó un foro protagonizado por el ex jefe del gobierno español y líder moral del Partido Popular en ese país, José María Aznar, quien ahí llamó ilegalmente a votar por Felipe Calderón mediante una premisa que sonaba más a amenaza que a invitación: “los mexicanos optarán entre la estabilidad que significa el PAN… o el populismo”.
Ese foro, quizá sin proponérselo, fue punto de quiebre en el blanquiazul hacia un recrudecimiento de conductas ilegales en campaña, que devinieron en la desaseada elección que impuso a Calderón como presidente, quien, ya en el poder, fue facilitador de la reconquista española energética al favorecer ilegítimamente a empresas ibéricas como Repsol e Iberdrola. Mientras, el PAN estrechaba vínculos con el Partido Popular, en cuyo caudillo Aznar aún palpitaba su perfil injerencista como lacayo de Bush en la invasión a Irak en 2003.
Esos lazos del PAN y el PP tras 2006 –incluso se pensó en abrir una sede panista en Madrid– pretendían ser una cruzada “por los valores de Occidente” y “contra el populismo” en América Latina, consigna que no sólo emitía un tufo propio de las caducas prácticas de la guerra fría, sino que ponía de relieve una raíz común en ambos partidos: el franquismo, el único fascismo europeo que sobrevivió tras 1945 (del cual el PP es heredero), mismo que en el PAN tuvo peso ideológico fundante en su ideario prohispanista, blandido por panistas como Jesús Guisa y Azevedo o el propio Gómez Morin, quienes bajo la consigna de “la defensa del catolicismo” reconocían en Franco a un referente y un dique “contra el comunismo soviético y ateo” en Europa; mientras el partido en que militaban permitió en su seno a personajes de extrema derecha (fanatizados contra conspiraciones judeo-masónico-comunistas), cuya principal agenda ha sido la defensa de tesis patriarcales y antiderechos en lo social y la acusación desmedida de “comunismo” a cualquier reformismo económico o participación estatal.
El paso del tiempo, la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS parecieron no modificar mucho el imaginario de ciertas derechas mexicanas y españolas hoy, cuyos planteamientos no difieren mucho de los que entronizaron durante la guerra fría: en el plano religioso, su otrora “cristianismo sí, comunismo no” se tornó en una postura antiderechos contra “la ideología de género” (o sea, misoginia y homofobia); mientras en el plano político-económico consolidaron otro enemigo, al pasar del anticomunismo al antipopulismo.
En días recientes, diversos senadores del PAN, encabezados por Julen Rementería, abrieron las puertas del Senado a Santiago Abascal, líder del partido español Vox, una escisión sectaria del PP de 2013, cuya agenda social es justamente la conculcación de derechos reproductivos, la exaltación de la homofobia y el pasado colonial, posturas oscurantistas indignas de una sociedad libre. Con el agravante de que hoy buscan disfrazar de “rebeldía” esta contracultura reaccionaria, llamándola “incorrección política”. Algo similar a la ultraderecha que siempre ha anidado en el PAN.
Y, en el plano político, resalta que en Vox apunten “contra el comunismo”, que ya no ubican en Rusia, sino en otro epicentro: el Foro de Sao Paulo. No es que refrían el espíritu de la guerra fría, caracterizado en América Latina por la tesis de que el comunismo no era un ideario sino el embozo de una amenaza geopolítica. Más bien ese imaginario nunca se fue de los sectores conservadores y encontró plataforma de continuidad post-soviética en el México de 2006, cuando las derechas sitas en el PAN (tanto ultras como “moderadas”) laceraron la legalidad electoral en pos de acusar a las izquierdas de ser “peligro populista” y de ser “amenaza geopolítica venezolana”, cuestión atizada también por ideólogos “liberales” –como Enrique Krauze, socio de Aznar en varias bregas “antipopulistas”– que hoy, hipócritamente, se alarman de la relación entre el PAN y Vox.
Que Vox y el PAN sean aliados no debe sorprender: el primero representa al fascismo franquista, mientras el segundo ha permitido que su sector más duro tenga protagonismos indeseables. Lo que sí sorprende es que el enemigo imaginario de ambos vuelva a ser “el comunismo”, cuando precisamente ese fantasma fue la coartada antidemocrática del siglo XX que en América Latina impuso dictaduras e hizo que en la región –igual que en Corea o Vietnam– la guerra fría fuera en realidad caliente y entrañara golpes de Estado anticomunistas, represión y muerte.
En 2006, la alianza ideológica del PAN y el PP abrió paso a iniquidades neocoloniales. En 2021, que el PAN se vincule con Vox y sus senadores firmen la Carta de Madrid “contra el comunismo” es indicio de algo peor. Tanto dicen respetar el “derecho a la vida” que hoy pretenden revivir a dos monstruos de la historia: Francisco Franco y el macartismo, para así justificar su cruzada de intolerancia.
* Académico de la Universidad de Hradec Králové, República Checa. Autor del libro Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional.
Héctor Alejandro Quintanar
Fuente: La Jornada