Debe quedar claro que un incremento —de 20% en este caso— no es en automático una panacea, ni necesariamente una buena noticia.
Tenemos un nuevo problema. Bueno, en realidad tenemos varios, pero el salario mínimo es el que hoy nos ocupa. El aumento del 20% al salario mínimo general en México ha hecho sonar más de una alarma.
Me parece que lejos estamos del otro López (Portillo) que no tenía empacho en aumentar el salario mínimo de manera continua, coadyuvando a incrementar la inflación que tanto flageló a México. Hay diferencias que subrayar con respecto a los años 70 y lo hago a continuación. Mas —adelanto— de todas formas hay cuestiones que se dan ahora y que sí preocupan.
Quizá la más importante diferencia relacionada con los incrementos al salario mínimo con respecto a lo que sucedía hace algunos años es que este ya no está vinculado a más de 600 ordenamientos administrativos y financieros. En otras palabras, antes, cada vez que subía el salario mínimo, este aumento impactaba de manera inmediata y directa a los bolsillos de los ciudadanos a través de un efecto inflacionario. Hoy hasta el propio Gustavo de Hoyos Walther, ex presidente de la Coparmex, señala que desde 2017 se postuló una “nueva cultura salarial” que llevó al Salario Mínimo General más cerca de la línea de bienestar y más alejado de perniciosos efectos inflacionarios. No en balde actualmente el sector privado en general apoya la iniciativa de los incrementos al SM.
Pero debe quedar claro, por otro lado, que un incremento —de 20% en este caso— no es en automático una panacea ni necesariamente una buena noticia como lo comunicó el presidente Andrés Manuel López Obrador hace un par de días. Por cierto, el aumento al salario mínimo, si bien fue anunciado por el Presidente de la República, es un logro alcanzado entre el sector obrero y el patronal.
¿A qué me refiero? Como su nombre lo indica, lo que se conoce como el salario mínimo general es el sueldo “mínimo” que cualquier trabajador —dentro de un esquema del mercado de formalidad laboral— recibe. Es el nivel salarial de algo así como 7 millones de personas en México y lógicamente implica que el mínimo nivel salarial esté acorde con las circunstancias económicas; es decir, que sea un nivel flexible y que el monto mínimo se ajuste a la realidad y les permita sobrevivir a quienes lo reciben.
Ahora bien, el primer detalle a considerar es que el SM abarca o impacta a un porcentaje mínimo de la población económicamente activa (el resto, o gana más que un salario mínimo al mes o, bien, escapa a lo que puede monitorearse dentro del mercado laboral formal). Y la situación económica preocupante en México está relacionada a este segundo grandísimo segmento de la población.
De hecho sabemos que, de acuerdo a datos dados a conocer por el CONEVAL, la pobreza laboral (el porcentaje de los hogares cuyo ingreso laboral total no es suficiente para alimentar a todos sus miembros) aumentó este último trimestre del año. Indicativo de que las familias mexicanas requieren un mejor ingreso, pero que desafortunadamente no será suficiente el aumento del salario mínimo general y de profesiones para cubrirlo. Y es que el salario mínimo continúa rezagado para alcanzar la línea de bienestar familiar o, dicho de otra manera, los salarios de los empleados que no ganan en términos de SMG también tendrían que incrementarse más allá del aumento por la inflación anual. Lo cual generaría, a su vez, un efecto dominó que podría impactar de una manera significativa a la inflación.
El aumento al salario mínimo requiere, entonces, al igual que el incremento a cualquier salario, de un crecimiento en la economía: mejores ventas e inversión, reducción del desempleo y de la informalidad. El aumentar el salario mínimo por decreto se ha llevado a cabo, pero sin el acompañamiento de estos otros elementos tendrá enormes costos sobre la economía de las personas, particularmente sobre aquellas que más debiera favorecer.
VERÓNICA MALO GUZMÁN
Fuente: El Heraldo de México