Es propio de la dinámica en la historia de la humanidad, en cualquier época en donde las organizaciones sociales y políticas se manifiestan organizadas, que hayan sido dos las prioridades orientadas a preservar las condiciones para la viabilidad de una estructura que denominamos como Estado. La primera queda contenida en la absoluta prioridad de preservar la unidad geografía e identidad social, cultural y antropológica de la colectividad. La segunda, en hacer prevalecer la aplicación de las leyes en dicha superficie geográfica.
De las dos condiciones vitales para la garantizar la preeminencia del Estado, se derivan desde luego, las instituciones, los procesos de selección de gobernantes y funcionarios, así como de las dinámicas que proceden de fuentes externas (internacionales) que aluden lo mismo a modas musicales, cinematográficas, que a disputas por la preponderancia en el comercio, la diplomacia, los intereses militares, entre otros muchos. Conforme a lo anterior es relevante cuestionarnos sobre las condiciones en las que el Estado mexicano, las leyes, las instituciones y la sociedad, procesan los antagonismos y dificultades propias de cada generación.
En esta tercera década del siglo XXI, no hay duda respecto de los antagonismos y pruebas que para la identidad nacional implican las redes digitales de comunicación. En efecto, la simultaneidad de la información, las capacidades sincrónicas para conocer al momento acontecimientos de otra parte del mundo, por supuesto que terminan influyendo en otras latitudes. Acabamos de ver, el peligro extremo que corrió la democracia en Brasil, luego del asalto multitudinario a las sedes de los Poderes del Estado (9 de enero pasado), en una evidente emulación a lo sucedido en Washington, Estados Unidos, el 6 de enero de 2020, cuando los seguidores del todavía Presidente Donald Trump y él mismo, pretendieron impedir la asunción de Jospeh Biden.
También, el Estado mexicano, observa la ampliación de la desafiante fuerza corruptora y violenta del las organizaciones criminales complejas y de la delincuencia en general. No hay país ni democracia, que se encuentre a salvo de sus corrosivas manifestaciones, sin embargo, los matices emergen cuando el Estado y la sociedad, articulan y aplican medidas correctivas para contener, al menos, las manifestaciones que alteran notablemente el orden y paz pública. En Estado mexicano, en ese contexto, tiene ante sí, la indelegable responsabilidad de procesar aquellos antagonismos, como son estos, en aras del funcionamiento mismo de los gobiernos, así como de las condiciones que permiten la construcción de las plataformas para el presente y futuro desarrollo.
Bajo los anteriores parámetros, las perspectivas en cuanto a las condiciones de la Seguridad Nacional de México conforme a la situación prevaleciente, existe una razonable certidumbre a propósito de las condiciones que aseguran la preeminencia de Estado mexicano y con esto, su actuar en el concierto internacional. Sobre esa ruta, debemos persistir.
Javier Oliva
Fuente: El Sol de México