Una vez que su líder nacional llamara a una alianza de la oposición para 2024, el PRI decidió nombrar en solitario a su candidata en el estado de México, Alejandra del Moral, actual secretaria de Desarrollo Social del gobierno de Alfredo del Mazo. El PRI se juega ahí su última carta. Para el resto del país, el estado de México simboliza la política como negocio. Sus nodos son el fraccionamiento, la especulación inmobiliaria y el uso de la infraestructura como manera de aumentar los precios de los terrenos. Así, desde el inicio, cuando Isidro Fabela usa su influencia con el presidente Ávila Camacho para desviar la carretera Panamericana hacia su terruño, Atlacomulco, hasta el final, cuando tres gobernadores tratan de asentar un aeropuerto en el lodo del lago de Texcoco, la fórmula del enriquecimiento ha sido la misma: comprar los terrenos en torno a una gran obra, financiarla con dinero público, vender los terrenos, y contratar a los amigos para construirla, administrarla y darle mantenimiento.
En el imaginario político mexicano, el estado de México es de donde surge el profesor Hank González, un tipo de priísmo que ve en la política un medio para hacer negocios. Su método genera una distorsión: por un lado, los millones de colonos que buscan que haya agua, luz, calles pavimientadas y recolección de basura en sus municipios; por otro, las zonas que se protegen de los pobres, Ciudad Satélite en los años 70 o Huixquilucan, en los 2000. Su signo es la “connurbación”, es decir, los linderos que comparte con la Ciudad de México; los ricos se aíslan ahí del tráfico y el ruidero chilangos, y los pobres van a dormir ahí para trabajar a tres horas de trayecto. Carlos Salinas de Gortari usa políticamente esa entidad como laboratorio de su programa Solidaridad. Sabiendo que 40 por ciento de los votos para el Frente Democrático Nacional provenían de ahí, en 1990 enciende delante de las cámaras de televisión cuatro mil luminarias en Valle de Chalco. Levanta los brazos y, literalmente, “se hace la luz”. Chalco será también uno de los lugares que usará para dramatizar la supuesta “persecución política” contra él, por el encarcelamiento de su hermano, Raúl, en 1995.
Desde 2000, el PRI buscó restructurar sus negocios, especulación y redes corporativas usando la construcción del aeropuerto de Texcoco como ordenador. Cuatro gobernadores sucesivos –Arturo Montiel, Enrique Peña Nieto, Eruviel Ávila y Alfredo del Mazo Maza– intentaron replicar el método Atlacomulco del enriquecimiento privado con corporativismo político. A pesar de ser técnica y financieramente inviable, el proyecto del aeropuerto daba nuevas coordenadas políticas para inmobiliarias, medios de comunicación, fraccionadores y la adopción de una organización invasora de predios, Antorcha Campesina, a la que se le ofrecieron 2 kilómetros cuadrados de Chimalhuacán para construir una nave industrial, mientras a su antigua cacique local, La Loba, se le daban 30 años de cárcel.
El peñismo, que es otra forma de nombrar al salinismo, está irremesiblemente ligado al fangoso aeropuerto de Texcoco, proyecto que parece trasplantado desde un lugar llamado “modernidad” a otro que la élite no quiere ver más: la pobreza sin servicios del estado de México. Su artífice se hará, también, un extraterrestre que no representa al PRI, sino un nuevo modelo de mercancía política: el muchacho guapo que encarna la innovación contra lo feo y lo viejo de los partidos de oposición, cumpliría con 608 compromisos porque “firmaba” en actos públicos frente a notario. Una idea abogadil del compromiso político. De los 608, 604 eran inmobiliarios o para el transporte. Pero el peñismo es un esfuerzo por tratar de desligar al candidato del PRI de lo que evocaba la cauda de corrupción con la que había gobernado, para ese entonces, durante siete décadas. A tal grado fue esa su intención, que se constituyó una organización llamada Fuerza Mexiquense, que acabó rebautizada con las siglas del candidato, EPN: Expresión Política Nacional. Sin embargo, Peña Nieto llega a la gubernatura del estado de México con triunfos electorales en tan sólo 54 de los 125 municipios. Se necesitaba una operación mediática mayor, habida cuenta de que Peña debía ordenar a su procurador, Alfonso Navarrete Prida, exculpar al mandatario anterior, Arturo Montiel, de las acusaciones de enriquecimiento ilícito y, por otro lado, ayudar a crear a su primo, Alfredo del Mazo Maza, como sucesor. Sin importarle las leyes contra el nepotismo, lo nombró director de Fomento de la Micro y Pequeña Empresa, luego secretario de Turismo, y finalmente logró que se eligiera como presidente municipal de Huixquilucan, el territorio del privilegio conurbado que inventó Hank González. Al final de su gubernatura ataca salvajemente al pueblo de San Salvador Atenco, que se resistió a vender sus terrenos para el aeropuerto. La publicidad política en medios masivos funcionó para la elección intermedia en la que el PRI recuperó el doble de los municipios que tenía y enfiló a su gobernador a la presidencia de México, cuyos resultados padecemos.
El PRI está al filo de su tumba. En el estado de México se juega no sólo la permanencia de una élite económica que tiene ramas en Tijuana y en Cancún, sino sobre todo una práctica política: la de usar los cargos y los proyectos públicos para el beneficio privado. Ahí perdería no sólo el PRI, sino una manera de hacer política que la mayoría de los ciudadanos queremos desterrar. Será, en muchos sentidos, una batalla final.
Fabrizio Mejía Madrid
Fuente: La jornada