El reclutamiento desastroso para una guerra absurda empieza a resquebrajar la moral rusa, y por esas grietas se pueden ir Vladímir Putin y sus anacrónicos delirios imperiales.
BOGOTÁ, Colombia.- Vladímir Putin ordenó la leva de 300 mil rusos e incorporarlos de manera forzada al Ejército y así “contrarrestar a Occidente”, que –dijo– está utilizando a los ucranianos en una campaña “para debilitar, dividir y finalmente destruir a nuestro país”.
Cuando los autócratas salen con que la patria está en riesgo, los que están en riesgo son ellos.
Putin se sintió Iván el Grande antes de la invasión, y ahora el pequeño Vladímir dice que Rusia está en peligro.
Efectivamente, Rusia se empieza a dividir, lo que no había ocurrido desde el inicio de la agresión a Ucrania.
La fractura puede llegar, en cualquier momento, al círculo de hierro que rodea a Putin. Su final podría estar cerca.
Tiene ante sus ojos el principio de una derrota histórica y se presenta como víctima.
Le dice a sus gobernados, para justificar el reclutamiento forzado, que los ucranianos quieren destruir Rusia.
A ver, ¿quién invadió a quién?
Con los mismos lloriqueos se presentó el jueves en la sesión del Consejo de Seguridad de la ONU el canciller ruso Serguéi Lavrov, donde acusó a Ucrania de haber lanzado “un asalto” contra su país y que el objetivo era “desgastar y debilitar a Rusia”.
Presente en la reunión, el secretario de Estado Antony Blinken le contestó con inusual claridad: “Dígale al presidente Putin que detenga el horror que él comenzó”.
La leva ordenada por Putin el miércoles, lejos de fortalecer a su Ejército, lo está socavando. Incluso sus partidarios, que veían gustosos los “avances” de la “operación militar especial”, se muestran impactados por la insensatez de su presidente.
El malestar llega a las filas del Ejército y a los seguidores de línea dura en el Parlamento.
La permanencia de Putin en el Kremlin corre peligro.
Su ineptitud es manifiesta y tal vez no está lejos el día en que lo saquen del poder quienes lo sostienen.
Gobierna con el miedo, y el miedo es útil por un tiempo, pero no es un blindaje permanente contra la estupidez del que manda.
Cuando todo es victoria, la unidad está asegurada. Pero en la adversidad originada por malas decisiones políticas y militares del líder, hasta sus más cercanos están en posibilidad para reflexionar.
El Ministerio de Defensa ruso anunció que en sus listas tiene unos 25 millones de adultos elegibles para el servicio militar obligatorio.
Son 25 millones de rusos, más sus familiares, que tiemblan ante la posibilidad de ir a una guerra remota donde no se les perdió nada.
Comenzaron con la leva de 300 mil jóvenes sacados a la fuerza de sus casas en aldeas rurales, en regiones de minorías musulmanas en las montañas del Cáucaso, y en aldeas de pescadores en el Círculo Polar Ártico.
Dicen las informaciones procedentes de Rusia que el fin de semana, en Siberia, se requisaban autobuses escolares para transportar gente a campos de entrenamiento, con el objetivo de mandarlos luego a la línea de combate en la lejana Ucrania.
Se desataron protestas en toda Rusia, hay más de mil detenidos por bloquear carreteras en un afán desesperado por evitar ir a pelear una guerra que siempre les dijeron que no era guerra, sino “acción militar especial” que terminaría en tres días.
Aún no hay una movilización organizada como para hablar de un frente antibélico dentro de Rusia, pero ahí viene.
El terror impuesto por Putin ha llevado a una pésima ejecución de sus decisiones, con un reclutamiento caótico.
“Los oficiales se preocupan más por cumplir formalmente las órdenes que por ganar la guerra”, dicen halcones (militaristas) rusos.
Citado por medios internacionales, el legislador moscovita Andrei Medvedev puso en Telegram que “si estamos haciendo una movilización, entonces debería ser la base para fortalecer al Ejército y no la causa de la agitación”.
Se reporta que aviones, coches y autobuses viajan llenos de movilizados a la fuerza. Rusos en edad de ser reclutados huyen a Estambul y a Namangan (Uzbekistán).
El reclutamiento desastroso para una guerra absurda empieza a resquebrajar la moral rusa, y por esas grietas se pueden ir Vladímir Putin y sus anacrónicos delirios imperiales.
O aprieta el botón nuclear para no irse solo.
Pablo Hiriart
Fuente: El Financiero