Alvaro Aragón Ayala
En los primeros cien días del quehacer gubernamental, Rubén Rocha Moya logró desarmar la estructura priista que heredó y alimentó Quirino Ordaz Coppel, la cual prohijó la corrupción y el saqueo en las dependencias estatales, y tomó el pulso a los funcionarios que le son leales y eficientes y que sí le sirven y describió que no será un gobernador de encuestas digitales o de papel.
El de Rubén Rocha es un gobierno de hombres maduros, pero dinámicos, con la experiencia universitaria o académica o de la “escuela de la vida”, viejos luchadores sociales unos, profesionistas brillantes y líderes universitarios otros. La amalgama de funcionarios luce un gobierno vigoroso, en ciernes.
Es plausible el esfuerzo de Rocha Moya por desmantelar el viejo andamiaje priista. En la jornada las deudas y dispendios del ex gobernador Ordaz Coppel afloraron en tropel ante una disimulada Auditoría Superior del Estado que no ayuda todavía a colocar los cimientos del combate a la corrupción.
En el quehacer gubernamental, Rocha Moya es respaldado por su gabinete legal, en el que sobresalen funcionarios de primer nivel, a quienes intentan “confrontar” mediáticamente para efectos de desarticular el proyecto de la Cuarta Transformación.
En la primera trayectoria, de 3 años, lo acompañan también 17 alcaldes de Morena y uno del PRI. De los de Morena, el de Culiacán y Mazatlán pretenden “gobernar solos”, con actitudes arrogantes y desafiantes. Se trata de Jesús Estrada Ferreiro y Luis Guillermo -“El Químico”- Benítez, enloquecidos por el poder municipal.
De los funcionarios estatales con mayor dinamismo y vigencia sobresalen el secretario general de Gobierno, Enrique Inzunza Cázarez, y el secretario de Salud, Héctor Melesio Cuén Ojeda. Uno ingresó a la función política-gubernamental con el mazo dando; ya comprendió que su función no es crear cotos de poder, sino brindar asesoría jurídica-legal-política a los secretarios. El otro agarró una “papa caliente”: la desfondada secretaría de Salud, la cual rescata con puntualidad y eficiencia.
El ejercicio de gobierno de los miembros del gabinete y de los 18 alcaldes se da en medio de un escenario accidentado en el que se rompieron los viejos moldes priistas. Todos mantienen una relación entreverada en la que cada uno manifiesta su bagaje más o menos amplio de activos personales que se engarzan con aspectos del proyecto de la Cuarta Transformación.
Rocha Moya impone un modelo de gobierno cercano a la gente, sin necesidad de pagar encuestas u opiniones que le fabriquen una faceta política-administrativa-gubernamental que no posee. En los cien días de mandato se convirtió en gobernador de carne y hueso, en el gobernador social, sensible ante las demandas y necesidades de la población.
A diferencia de Quirino Ordaz Coppel que invirtió cientos de millones de pesos en el moldeo de “espejismos informativos” para hacer creer a la sociedad que gozaba de más “aceptación popular” que el resto de los gobernadores del país, Rocha Moya no paga encuestas ni compra opiniones favorables y trabaja con sus colaboradores en la protección de la salud y la vida de los sinaloenses, en abatir el hambre, la pobreza y la criminalidad.
En los primeros cien días, Rocha Moya posee ya el balance exacto de quienes, por su experiencia, dedicación y lealtad, deben acompañarlo en el primer tramo de 3 años de su gobierno, personajes a los que tratará de conservar, aunque algunos pueden dimitir para abrazar otros proyectos personales.
También cuenta con el pulso de aquellos que no están dando el ancho porque no nacieron para la función pública, sino para la lucha social o la instrucción académica, o bien porque la edad ya los mermó y usan las oficinas públicas como clínicas de descanso o rehabilitación geriátrica.
El gobernador diagnosticó también que los desplazados del poder, los neoliberales, intentan desde el exterior instalar al interior del gobierno la “estrategia de la crispación” como procedimiento para debilitar políticamente el proyecto de la Cuarta Transformación creando falsos escenarios.
Para no dejar que avance la conspiración le apuesta a la lealtad de quienes se le sumaron convencidos de que es posible cambiar el estado de cosas en Sinaloa y confía en el pundonor de aquellos que lo apoyaron en su campaña y hoy forman parte de su gabinete.
El gobernador Rubén Rocha Moya entiende que la lealtad no es obediencia ciega a la causa y mucho menos al líder. La lealtad es un ejercicio consciente, fruto del razonamiento y de la libertad. La lealtad no implica sumisión. Los funcionarios leales, los eficientes, los dinámicos, creen en la causa, en el proyecto, pero siempre respetando la fuerza de las ideas, las formas y la dignidad de las personas.
La lealtad exige crítica constructiva y trabajo, no simulación. En todo ejercicio de gobierno y en el quehacer político, la lealtad tiene un camino ascendente y uno descendente. El gobernante y político exitoso es fiel con sus colaboradores y con sus subordinados. La deslealtad del líder con los suyos fractura el equipo.
En los primeros cien días de su gobierno, Rocha Moya ofreció la lectura de que es de los líderes que cuida al equipo hasta el extremo y de que es el primero que entra y el último que sale. Es el primero que va en la batalla, es el que está dispuesto a asumir todos los fracasos y el que compartirá o trasladará todos los éxitos a su equipo de trabajo.