La UNAM no solo es una institución educativa financiada por el Estado, sino que ha derivado en una especie Iglesia secular. Los cuestionamientos del presidente López Obrador contra la UNAM fueron ciertos en su totalidad, lo cual no le quita ni le pone a este centro de estudios ninguna recriminación. Nació del seno de la Universidad Pontificia de la colonia y derivó en el siglo XX en una institución capacitadora de los recursos humanos del Estado priista.
López Obrador egresó de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales como licenciado en ciencias políticas y administración pública; es decir, la principal especialidad en política, Estado y poder capacitaba los recursos para el gobierno: administración central, relaciones exteriores y sociología.
La Facultad de Derecho fue espacio de los principales abogados públicos y privados y formó la primera camada de políticos que relevaron a los militares de la mano del abogado-presidente-civil Miguel Alemán Valdés, cuya estatua estuvo mucho tiempo en la plaza principal de la Ciudad Universitaria que él creó y que fue agredida por estudiantes y luego desmontada. El eje epistémico de derecho fue el constitucionalismo priísta y el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM es, en los hechos, la sociedad secreta de la estructura y pensamiento jurídico-político del PRI.
El movimiento estudiantil del 68 comenzó en la comunidad universitaria de la UNAM y generó la principal rebeldía de una generación, pero sin un sentido ideológico, ni una propuesta política, ni una subversión sistémica, sino que se redujo a una protesta antiautoritaria contra el presidente de la república y no del régimen priísta. El pliego petitorio del movimiento se redujo a un cuestionamiento del abuso de la fuerza policiaca, sin explicar que la policía y el autoritarismo de seguridad presentarán los primeros perfiles de un Estado pretoriano determinado por un modelo económico –¡sorpresa!– liberal de mercado. Solo un pequeño grupo radical perfiló –como lo analiza Salvador Hernández en su ensayo El PRI y el movimiento estudiantil de 1968— la protesta como una rebelión socialista contra el PRI capitalista. Profesores y estudiantes, luego de pisar la cárcel por orden de un presidente priísta de la república y liberados por voluntad de otro presidente priísta de la república, se incorporaron al sistema y trabajaron para el populismo de Echeverría y López Portillo, pero muchos de esos dirigentes estudiantiles terminaron su tiempo de utilidad al servicio del neoliberalismo de Carlos Salinas de Gortari.
El único que entendió la dialéctica del movimiento estudiantil –rebelión con efectos sistémicos, pero propuestas de tímidas reformas antiautoritarias– fue el escritor y ensayista marxista José Revueltas y también fue el único que pudo configurar una propuesta viable para la protesta estudiantil: no una imposible revolución porque no eran clase social productiva, sino la conquista de la formación educativa del sistema priísta a través de lo que llamó autogestión universitaria, referencia que usó el abogado egresado de la UNAM Eduardo Ferrer MacGregor como juez de consigna priísta para acusar a Revueltas de promover la “autosugestión universitaria”. Este juez ha sido la prueba de que el sistema judicial mexicano formado en la UNAM solo ha servido a los intereses ideológicos del PRI.
El 68 potenció la toma académica de la Facultad de Economía de la UNAM para introducir un programa basado en el pensamiento económico marxista, abandonando el modelo de economía capitalista de aquel entonces. Durante muchos años el Partido Comunista Mexicano tuvo el control de la formación del pensamiento económico universitario, pero hasta que un militante del Partido Comunista decidió el cambio de enfoque e hizo regresar el plan de estudios, en competencia con el pensamiento económico del naciente ITAM y en el tiempo de la fractura política del populismo al neoliberalismo con De la Madrid-Salinas de Gortari en el poder, al pensamiento de mercado.
Cuando menos tres directores de la Facultad de Ciencias Políticas en los tiempos del 68 y posteriores se catapultaron sin rubor hacia cargos de alto nivel en gobiernos priístas, lo mismo con presidentes populistas que neoliberales.
Sirvan estos ejemplos para ilustrar lo que los unamitas –“¡cómo no te voy a querer!– han idealizado: una universidad popular que nunca fue, aunque hay que reconocer que la UNAM fue un factor de ascenso social –los aspiracionistas de entonces que estudiaron para aspirar a posiciones de poder– y la imagen que siempre ilustró la potencialidad de clase social de la Universidad: el hijo de un campesino podía ascender a una carrera universitaria, con todos los beneficios obvios de estatus social.
La respuesta de la UNAM a la crítica presidencial fue muy cierta: la UNAM nunca ha sido un forjador de rebeldías –si acaso, de protestas– y al final sus egresados han terminado en abrumadora mayoría en el establishment institucional priísta que han representado las etapas del Estado: el PRI, el PAN y ahora Morena. Esto confirmaría la crítica de Revueltas: los universitarios no hacen revoluciones porque no son una clase social productiva, sino una forma –Marx dixit— de lumpen aspiracionista.
Carlos Ramírez
Fuente: Indicador Politico