Arturo Zárate Vite
Hasta el 1 de julio de 2022, de acuerdo con estadísticas del Instituto Nacional Electoral (INE) hay en la lista nominal, con credencial para votar, 48 millones 121 mil 240 mujeres (52 %) y 44 millones 481 mil 702 varones (48 %), una diferencia en cifras redondas de 4 millones.
Para la elección presidencial de 2024, todo indica que esa diferencia podría ser superior a los cuatro millones. Según censos de población y vivienda del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), hace más de 35 años empezó a ser mayor el total de población femenil.
Desde entonces, los partidos se han interesado más en los temas de las mujeres, sus representaciones en las cámaras y sus dirigentes con diversidad de propuestas buscan ganarse su voto. Tratar de convencerlas de que es real su preocupación por sus demandas.
No son los únicos, también hay líderes de distintos poderes, en los 32 estados, que se adornan con supuestos o reales beneficios. La mayoría se quedan en el papel, otros se convierten en reformas legales o compensaciones económicas.
Los mismos medios de comunicación se esmeran en abrir espacios para apoyarlas cuando son agredidas, lo que también tiene implícito para algunos ganar rating o congraciarse con ese sector de la sociedad.
Son estrategias que en los hechos todavía no dan los resultados esperados, los salarios de las mujeres siguen siendo inferiores y la violencia en su contra no se ha logrado frenar como se quiere.
Tampoco es suficiente con que las instituciones pregonen que hay avances en materia de igualdad y que cada vez son más las mujeres que ocupan cargos en la administración pública.
Aún hay organismos que no ceden la titularidad o la presidencia ni pareciera existir la intención de que esté al frente una mujer. En ese sentido se vuelve limitado y hasta demagogo su discurso de paridad de género.
Innegable el empeño por conquistar las simpatías de las mujeres, como si ellas no se dieran cuenta que está de por medio una operación manipuladora y electorera con miras al 2024.
Nada más que pasan por alto, que, hasta ahora, cada una de las mujeres ha demostrado tener su propia independencia y criterio, con la capacidad para darse cuenta de quienes solo simulan.
Falsos redentores que aspiran sacar provecho personal, para escalar posiciones, conservarlas o presumir que han sabido atender las quejas que por años se han repetido, sin solución.
En el caso particular de los partidos, la apuesta es por los votos que representan las mujeres y que pueden significar la ventaja a la hora de sumarlos en favor de un candidato o candidata.
Si bien las mujeres ya son mayoría en el listado nominal del INE, de ninguna manera se podría dar por hecho que será mujer la próxima presidenta de México, porque su pensamiento definitivamente no es uniforme.
Queda claro que el voto de la mujer es un voto de consciencia, sabe a quien se lo da y a quien se lo niega, reconoce cuando ha sido auténtico el apoyo y cuando solo un rollo politiquero.
Aquellos políticos o políticas que alardean iniciativas que carecen de sustento, tarde o temprano se darán cuenta que en la nueva realidad mexicana ya no es posible sorprender a la población femenil.